Los eruditos en el tema pensarán en la sinestesia, en el tropo que consiste en unir dos imágenes que pertenecen a distintos campos sensoriales cuando les cuenten o lean en estas líneas que La Isla ya huele a Navidad. Desde esta semana recorre las calles el camión con la canastilla para tender el cableado eléctrico del alumbrado, se oyen las voces inocentes de los más pequeños lanzando sus deseos de juguetes a las bombillas apagadas, mientras los mayores comentan y critican el tamaño de las guirnaldas, el lugar que ocupan este año.
El tiempo acompaña a pasear, tiempo que llaman veroño, una especie de estación que alguien inventó para aludir al placentero calor de noviembre que anda dando sus últimos abrazos. Y es precisamente en estos paseos matinales, entre la compra y los saludos que nos sorprende el olor embriagador y dulce de las naranjas ácidas que nace en el barrio de La Pastora, en la calle Mariana Pineda, para subir y detenerse un poco más en la calle Ancha. Olor que se propaga como la luz, desnudo y descalzo, aromando la mañana. No es de extrañar que las ventanas y los balcones permanezcan abiertos más tiempo de lo habitual, en un intento de encerrar el perfume más natural.
La poda obedece a la costumbre, al ritual que favorece el desarrollo de los naranjos, cuyas ramas pobladas de hojas y frutos van llenando la cuba del camión. Algunas naranjas se escapan, ruedan cuesta abajo esperando encontrar la mano que las librará del apilamiento, la mano que con mimo y dulzura las exprimirá para darle su sabor a las Tortas de Nochebuena, las primeras, las que se hacen en estos días o se demoran hasta la Inmaculada, cuyo almíbar no sólo se queda pegado al cacharro, a los labios y a los dedos, almíbar que vuela lento por la casa para enredarse en las ramitas del abeto de plástico, entrar en el Portal de Belén o engatusar al muñeco de nieve.
Aún falta, es cierto, pero en más de un hogar se estarán revisando las cajas de los adornos, las lucecillas, los enchufes intermitentes que parecen caras asustadas. Aún estamos en noviembre, un noviembre dulce por las naranjas, por la ilusión que crece día a día en los más pequeños y porque falta un mes justo para la lotería. Este año hasta el anuncio es dulce por lo sensible. Al margen de la polémica desatada por la autoría extranjera y por su contenido tan parecido al del año pasado, los memes, muy en la línea de Tadeo Jones y Up, casi nos arrancan la lágrima de la mano de Justino y los maniquíes.
A lo largo de tres minutos y medio nos encariñamos con este hombre de las sombras que alegra las mañanas de los trabajadores de una fábrica con nuestros semejantes de goma. Tres minutos y medio que el día de su estreno consiguieron distraer el miedo con acento francés que amarga este noviembre dulce, que enturbiará la luz navideña de las calles, que helará aún más los corazones, aunque los días sigan su curso y el tiempo y la distancia templen un recuerdo que rueda por la mente como rodaron las naranjas tras la poda por la calle Mariana Pineda, diciendo adiós al veroño, adorando al noviembre dulce que las liberó para transformarla en esencia.