Hace poco más de dos de semanas los lazos negros anudaron las penas en Google. Si el temblor del theremín nos sorprendió y alegró durante la jornada anterior, sus notas callaron hasta perderse por el recuerdo de tan triste suceso. Doce años han pasado desde aquel once de marzo y las imágenes aparecen tan claras como entonces. El dolor y el horror también. A la sazón el nombre del terrorismo estaba escrito en mayúsculas, tres letras cuya pronunciación punzaba la voz.
Hoy viene de fuera y nos mantiene en alerta. El lazo negro nos une contra esta fatalidad de la que nunca nos recuperaremos porque todos perdimos algo. Ha sido la primera vez, como recogieron los periódicos, que se despolitizaron los homenajes, que hubo unidad y los políticos fueron personas o desearon serlo durante un rato. Mereció la pena el esfuerzo. Los doce años nos alejan sin dejar de acercarnos y aunque seguirán pasando hemos aprendido a vivir con la ausencia, con el vacío pero no han derretido el hielo del miedo. La Semana Santa le siguió y comenzó trágicamente. El calor de la cremá, el ruido de los fuegos artificiales, la alegría de la fiesta valenciana se vio apagada, ensordecido y entristecida por el dolor de otro calvario, el iniciado por las familias que forzosamente viajaron a Tarragona para reconocer y despedir, al mismo tiempo, a sus hijas, estudiantes que perdieron la vida en un accidente de tráfico.
Brutal forma de cercenarse el futuro, de pararse el presente de trece pasados recién nacidos. Será imposible encontrar consuelo y conformidad, porque la ausencia irá creciendo de la mano de los días. Marzo acompaña esta tristeza con la lluvia. El cielo llora a ratos por lo que en un instante se perdió para siempre. Porque la primavera nace mojada, mientras el sol calienta el rocío. La luz se adelanta en el reloj, que desde hace años pierde una hora para estirar las tardes y acortar las noches.
Y cuando la serenidad parecía planear, de nuevo el estruendo, de nuevo el horror corre por la puerta del mundo de Bruselas. El humo y los gritos, la desorientación y el desamparo se quedaron presos en las miradas, impresos en la memoria, esparcidos como la ropa por el suelo del aeropuerto. La vida de los supervivientes estará jironeada por esta embestida de un destino manipulado, un destino que fue ilusión hasta que el viaje se hizo realidad de la manera más cruel por semejante impacto.
Se ha hablado de muchas cosas, pero todas se quedan en palabras cuando desde hace tiempo ruedan por Internet videos que aseguran la expansión de este horror de forma perpetua. Y se recuerda una entrevista en la que el entrevistado hablaba de una revolución revolución comenzada hacía mucho, sólo que no nos habíamos percatado. Después se produjo el suceso que ahora cumple doce años y entre muchos, la parada del tráfico fluido en una de las avenidas más céntricas de Paris.
Sin duda la lista se incrementará desgraciadamente, con la muerte como final irremediable. La alerta establecida en toda Europa produce temblor pero aun así la gente es valiente, mira hacia delante esquivando al miedo, extraviando la posible coincidencia entre estos doce años y los once días que la separan de aquel marzo. Los impactos dejan secuelas. La estación que despierta lo ha hecho con la luz empañada, con redobles de tambor, toques de corneta y silencios de corcheas. El tiempo danza, el calor llega a medio día, la tarde lo enfría, la noche lo hiela. Es primavera.