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Hablillas

Lluvia de mayo

El canto de los pájaros arrullará el rengue, entre el suave crujir de los bocados a un mayero, suave y jugoso, que endulzará la amargura y el deseo del regreso.

Este año habrá una buena cosecha de mayeros. La pulpa carnosa será blanda, de almíbar al gusto mientras que la piel tendrá la pelusilla y suave que tanto recuerda a un melocotón. Siempre se veían por San Isidro, mediando mayo, y los primeros eran los mejores. Aún se esconden, todavía no se amontonan en las fruterías, quizás porque estas lluvias han atrasado un poco el proceso de la recolección. Los esperamos con ilusión, porque los identificamos con el buen tiempo, con la luz alegre y calurosa del verano.

Los chaparrones, el agua ha jarreado como en marzo, acompañándose del viento y la tormenta, con la oración a Santa Bárbara y la plegaria a San Isidro. La tronada ha sido intensa y breve, como si hubiera pasado un tornado, pero la lluvia ha motivado el recuerdo del célebre refrán, poniendo el sol a ratos, el tiempo justo para secar un poco las calles, concediendo un respiro en el camino rociero, un agradecimiento íntimo y silencioso en el rengue que se jalea con un cante y un baile marcado con palmas y castañuelas.

En televisión se han visto imágenes que en nada se parecen a las de años anteriores, pero ni el mal tiempo desanima a los romeros, que siguen adelante sin el polvo que el fango asienta, sin la bruma que la lluvia diluye, sin el canto de los pájaros que vuelan tan rápido que desaparecen entre los pinos.

Algunos planean, dan vueltas sobre la procesión como si quisieran entretener a quienes levantan la cabeza buscando una imposible una ramita brillante en el pico o  un improbable hueco azul en el cielo. Y es que mayo llora lo que no lloró marzo, y lo hace acharolando las hojas, enjuagando la fruta, perlando las flores, desdibujando el paisaje, difuminando el horizonte.

Los romeros sólo piensan que los pasos dados los acercan a la Blanca Paloma para verla como la vio el cazador que la descubrió, sobre el tronco de un árbol, alertado por el ladrido del perro que lo acompañaba, según la leyenda del siglo XV recogida en las Reglas de su Hermandad Matriz. Esperan la madrugada de esta noche para revivir el momento con el fervor de la oración.

Poco importa si en el cielo no titilan las estrellas, si las nubes y el viento esconden la luna que crece, si la lluvia se mezcla con las lágrimas de la emoción, porque nada impedirá que las voces callen, que el tamboril no acompase y el flautín enmudezca. La noche será larga al comienzo, fresca en la madrugada y nostálgica al amanecer por la inminencia de la vuelta. En silencio recordarán la romería tan especial que vivieron este año, calados hasta los huesos, pero felices por haber hecho el camino un año más, dando gracias por ello.

Cuando estas líneas estén impresas, si la aplicación del móvil acierta el tiempo habrá mejorado, la temperatura habrá subido y la tierra se habrá secado un poco. Quizás San isidro haya escuchado con paciencia las plegarias y ponga el sol durante más tiempo.

Esta noche todo se olvidará y mañana probablemente haya que buscar un poco de sombra bajo los pinos cuando los romeros cojan de nuevo el camino, con al ilusión transformada en cansancio y puesta en el próximo año. El canto de los pájaros arrullará el rengue, entre el suave crujir de los bocados a un mayero, suave y jugoso, que endulzará la amargura y el deseo del regreso.

 

(Esta hablilla se publicó este domingo 15 de Mayo en la edición de papel de San Fernando Información).

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