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La crisis del ascensor

El asunto de los costaleros se ha convertido ya en un tema de conversación tan recurrente como el calor o la sequía

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  • Costaleros en la tarde del Viernes Santo de 2019. -

Da igual que haga calor o frío, que llueva o ventee. No falla. Si tres desconocidos coinciden en un ascensor, al menos uno de ellos empieza a hablar del tiempo antes de que aquello se pare. Pues lo mismo ocurre en el capilleo, acostumbrado a sustentar sus tertulias en tres o cuatro temas recurrentes en las que suelen abundar los términos cuasi apocalípticos.

De la chistera del aburrimiento ha salido ahora el tema de la supuesta crisis de costaleros. Viene ello como consecuencia de la decisión de la Hermandad de las Cinco Llagas de poner su paso de palio en manos de una cuadrilla asalariada, vulgo profesional. De recuperar en definitiva el formato que le había funcionado hasta principios de los noventa.

Se toma esa postura después de lo ocurrido en la pasada Madrugada del Viernes Santo, cuando se hizo necesario regresar a San Francisco para evitar que el palio se quedara en la calle. “Una y no más, santo Tomás”, han debido pensar los cofrades de Las Llagas. Y bien está. La lástima es que haya debido ocurrir “una” para que lleguemos al “no más”.

Hace apenas unos años ya asistimos a un suceso de características similares al vivido en el palio de la Esperanza de San Francisco, con la diferencia de que en aquella ocasión el paso caminaba ya de regreso a su templo y se pudo completar la estación de penitencia.

Y ahora vamos al debate del ascensor, el de la presunta crisis de costaleros.

No, no hay crisis de costaleros. No estamos en la tesitura de que falte gente dispuesta a meterse debajo de las trabajaderas, porque si eso ocurriese sería imposible que todos los fines de semana salieran pasos a la calle con cuadrillas equiparables en número al volumen de personal que precisó Cristóbal Colón para la conquista de América.

Ocurre que las cosas de las cofradías se han banalizado tanto que esto de meterse debajo de un paso se ha convertido en una mera afición, como si se tratase de quedar con los amigos para jugar al fútbol sala. Y claro, hete aquí que en estos casos lo normal es tratar de ganar los partidos. Para eso siempre hay gente. Ya es más difícil quedar con cuatro ‘mataos’ a los que no conoces de nada para que tarde sí y tarde también te pinten la cara jugando a la pelota.

Porque al fútbol se puede jugar de modo profesional o simplemente para disfrutar. Para pagar a escote el alquiler de la pista y que todas las tardes te goleen…, para eso no hay demasiada gente dispuesta. Y nadie dice que haya crisis de aficionados al balompié.

Está en crisis un tipo concreto de costalero. Llegada la Semana Santa, justo antes de la salida de la cofradía, habrá escuchado más de una vez una expresión que se antoja clave para entender buena parte de lo que ocurre en este mundo insisto banalizado hasta el extremo. El personal se prepara para la faena y empieza el reparto de relevos, estampitas, besos y abrazos. Se repite siempre una frase: “vamos a disfrutar”.

En efecto, la estación de penitencia se ha convertido en una ‘estación de disfrutencia’. De modo que si hay sospechas de que en tal sitio no se va a disfrutar, allí únicamente van a aparecer los cuatro fieles del capataz, algún alma cándida y el despistado de turno.

Eso sí, si hay certeza de que se va a disfrutar, da lo mismo que la igualá sea en septiembre o cinco minutos después de que el reloj de la Puerta del Sol marque la entrada en el año nuevo, que allí aparecen doscientos tíos como trinquetes dispuestos a lo que haga falta.  

No, no hay crisis. Al que se echa de menos es al costalero fiel a su hermandad. El que falta es el costalero que se preparaba para sacar a su cofradía asumiendo desde un primer momento que aquello pesaba, el que estaba más preocupado de los riñones propios que de las voces de mando, las bandas y las marchas… Se echa en falta al costalero que disfrutaba cuando aquello había terminado y todavía se podía poner de pie para darle un abrazo al compañero.

Al fútbol se juega cobrando -como medio de vida- o sencillamente para disfrutar, y se disfruta ganando o al menos no perdiendo todas las tardes. Por amor a los colores no juegan ya ni los del Athletic de Bilbao. Y no, créanme, el fútbol no está en crisis…

 

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