Hojarasca de vida

Publicado: 05/09/2022
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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La colección Alcaduz ha tenido a bien reeditar “Fragmento” (GodallEdicions. Barcelona, 2002) de Marta Agudo
La colección Alcaduz ha tenido a bien reeditar “Fragmento” (GodallEdicions. Barcelona, 2002) de Marta Agudo. Fue este el primer poemario que la escritora madrileña diera a la luz en 2004, y al que seguirían en 2011 “28010” e “Historial” en 2017.

Dos décadas después, el volumen mantiene una impronta transformadora, de antigua herencia, desde el que puede aprehenderse una semántica liberadora, moldeable en su incertidumbre.

En su epílogo, Julieta Valero anota que es esta una “escritura presidida y anclada panópticamente por la perplejidad y la lucidez ante la condición del ser humano: que nace, que muere”. Para más tarde, incidir en la manera en que entre estas páginas la vida se presenta “como resistencia que genera cierta clase de calor, nunca como amable y autoayúdico proyecto de realización”.

Y, en verdad, bajo estos sesenta poemas late un anhelo de sanar todo aquello que limita con la ansiedad, que sacude la geometría de la existencia. Porque en su decir, Marta Agudo es origen y horizonte, silencio y acorde, tránsito y huella: “Gargantas apostando por la hiel de los cuerpos/ hondas ferocidades hechas membranapura./ Toda boca -cercada a piel, a borbotones-/ culmina la doctrina del pan multiplicado./ Tú escrutas la liturgia,/ la doma de los cuellos,/ las manos hacia donde,/ el margen que entregar”.

A su vez, bajo la piel íntima de estos textos, hay un trasfondo donde el yo pretende reconocer la luz, reconocerse frente al himno de su ser. A sabiendas de que no es posible conjugar la memoria, de que la orfandad humana se sostiene desde el cobre sucesivo de los siglos, la autora pretende habitar con su lenguaje el hallazgo propicio, la veracidad de lo que significan realidad y destierro. Y así, desde una precisa modulación de los sentidos, su verbo no se pierde nunca en la soledad discursiva, sino que acompaña y concuerda con el reflejo sólito del lector: “Sin red./ Cordón umbilical/ sangrando por las calles./ Principio humano. Jamás cordura tanta/ cifró tanta caída”.

Confiesa Marta Agudo en su nota a esta nueva edición, que fue la “Fábula de Polifemo y Galatea”, la que la animó a ir sumando poemas hasta conformar el conjunto, y que esa dicotomía gongorina de metáfora-creatividad alienta aún su concepción creadora.

Al par de estos poemas humanos, donde se libra una sostenida contienda entre la desolación y el alumbramiento, entre el sosiego y la inquietud, queda también un espacio para dirimir las vicisitudes personales, los deseos idos y por venir; o lo que es lo mismo, la simbología de un universo que fluctúa entre la barbarie y la concordia y que no llega siempre a corregirse, ni a modificar la antigua argamasa de su conciencia: “No disminuye el dolor la belleza,/ pero rozado su acorde/ se palpa el precio de su son./ Hojarasca de vida volcada para nadie”.

En suma, un poemario de lúcida polisemia, que aúna una sabia dicción y una vívida luminiscencia. Y que guarda en cada lectura un eco sólido, dador de una verdad perdurable: “Bien está que el pájaro/ sucumba a su delirio,/ mas no el hombre:/ percance al fin de tanta sombra”.

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