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Provincias: el gran invento

Sólo han servido para propiciar, de una parte, el control absoluto de todo el territorio de la corona. Y para fomentar el mayor enfrentamiento provinciano

Las provincias no son entidades con elementos comunes. Nos “tocó” el invento de un Ministro cuya procedencia andaluza no puede disculpar el parto con el que se institucionalizaba el centralismo borbónico, que no ha sido el único en disparar para dentro. Sólo han servido para propiciar, de una parte, el control absoluto de todo el territorio de la corona. Y, en segundo lugar, para fomentar el mayor enfrentamiento provinciano, no provincial, porque se ha establecido de unas localidades a otras, al objeto de reforzar el centralismo. Aunque, en una mezcla de insensibilidad e inocencia se le empiece a llamar “territorio”, como si el sólo cambio de denominación pudiera cambiar su objeto, su sinsentido, tiene otras maldades, protagonizadas por los organismos creados con pretexto de administración: Delegación y Sub-Delegación del gobierno, reflejo y sucursal del poder central y controlador de todos los demás poderes, y Diputación, necesario protagonista en el mecanismo de dividir para dominar; cuyas funciones pueden ser llevadas por ayuntamientos y mancomunidades, con muchísimo menos gasto; gran cementerio de elefantes vivos, refugio de políticos rechazados de sus pueblos, “asesores” innecesarios, tan sólo carga económica para el erario.

Aún tiene más consecuencias. Y muy graves, como ignorar a los pueblos. La traslación del nombre de la capital (salvo en Euskadi), ha hecho que se identifiquen y mimeticen, en beneficio de esta, pues todo recae en una ciudad, en realidad receptora de los bienes y el trabajo de los demás. Por ejemplo: los vinos de la Tierra de Barros, ahora son “de Badajoz”. Los de Arcos o Sanlúcar, “de Cádiz”, los de Montilla-Moriles, son “de Córdoba”, ciudades que jamás produjeron vino alguno. La Sierra de Aracena, deben haberla trasladado porque, desde hace unos años es “de Huelva”, y el Condado ya no es de Niebla, aunque esta es su capital y le da nombre.

Formadas por diversas comarcas naturales, muchas veces más afines con las de otras provincias, que con el resto de su territorio, muchísimas  veces, es fácil ver que las diferencias dentro de cualquier provincia son mucho más acusadas que las que puedan darse entre cualquiera de ellas y las demás incluso no siendo necesariamente limítrofes.

Lamentablemente, desde hace menos de treinta años, un concepto ignorado ha empezado a calar, fruto de la despersonalización obligada por la administración, empezando por las diputaciones, en su intento de fortalecer una idea alejada de la realidad, en su propio beneficio. El convencimiento llevado a las mentes de la ciudadanía ha sido forzado por las denominaciones, donde tienen especial protagonismo las de origen, creando una irrealidad en perjuicio de los lugares protagonistas, a quienes se ha sustraído su personalidad, trasvasada a la capital de la provincia; y por los medios de comunicación, correa de transmisión de una concepción centralista, como cuando se insiste machaconamente en resaltar el nombre de la provincia, como si al “inculto populacho” hubiera que enseñarle continuamente dónde están Aracena, Bailén, Écija, Linares, Lucena, Marbella, Motril, Roquetas o Sanlúcar.

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