Una larga semana

Publicado: 26/03/2018
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Hay muchos y muchas de rara visita a las iglesias, pero no faltan a la cita primaveral...
Un grave ejercicio de negación religiosa que aviva su afirmación lleva a algunos a exigir que la calle quede libre durante esta semana, pero aplauden los zigzagueos ciclistas o la ocupación permanente de plazas y avenidas por el “botellón”, durante cuatro días de cincuenta y dos semanas. Contradicciones del sistema, que se dan en todos los sistemas. Será verdad que los extremos se tocan. La casi única razón para rechazar la ocupación de la calle por desfiles procesionales se asienta en el rechazo a la religiosidad, catada en las cofradías. Ahí nace el error. Triple o cuádruple. Habría que medirlo. Devoción, pasión, religiosidad, tradición, vehemencia, bulla, turismo. Economía.  ¿qué porcentaje debe aplicarse a cada adjetivo? Depende de cada cual, de la forma de entenderlo y del conocimiento profundo que posea cada cual. Pero lo cierto es que la Semana Santa no es sólo una Semana. Ni dos, ni tres. Es todo el año. Por eso es interesante para todos, por más agnóstico se pueda ser.

En los 60, “Triunfo”, revista muy influyente, se maravillaba de que, en playas cercanas, los jóvenes discutieran detalles de Semana Santa. Una festividad con continuidad durante todo el año no se puede erradicar fácilmente. Desde luego no en un tiempo breve. Ni se debe. Si durante todo el año entre ensayos de bandas, seguimiento de actividades de las cofradías, preocupación por las túnicas para el año siguiente y muchos etcéteras, mueve a tanta gente, es que hay arraigo. Hay muchos y muchas de rara visita a las iglesias, pero no faltan a la cita primaveral. Y puede ser por eso, por primaveral. Una costumbre de siglos, sin duda muchos más de los que se piensa, sea de nacimiento genuinamente cristiano o de raíz anterior, está tan arraigado colectivamente que las temporales limitaciones al tránsito callejero no son argumento suficiente para pedir su disolución.

Pero es que aún es más: bordados, cera, imaginería, vestido, orfebrería, brocado, tallado de canastillas, alpargatas, capirotes, flores… turismo. Un mercado extenso y variado, con sede productiva principal, y logística en Sevilla. El único que el centralismo imperante desde hace setecientos años no nos ha podido quitar; que no intente quitárnoslo el “progrerío” mal entendido. Porque esas cincuenta y una semanas a las que la Semana Santa  da lugar, debería extenderse a otros sectores, para que, manteniéndose, el cofradiero no sea el principal medio económico de un entorno urbano de más de dos millones de personas. Y si un gobierno regido por andaluces impidió que la principal empresa automovilística del momento instalara una fábrica en Sevilla, o si otros gobiernos, para favorecer la industria pesada alemana han terminado con el azúcar y el cultivo de la remolacha, con el textil y el del algodón, o con la leche y la cría de vacuno, que nadie nos enseñe a pescar, que este pueblo tiene sobrada práctica, pues para eso lleva pescando miles de años. Que en vez de  atreverse a tacharlo de falta de iniciativa, no entorpezcan la existente. Que vivir sólo del monocultivo turístico, y ser reducidos a “camareros de Europa”, no se remedia renunciando a ese sector, sino favoreciendo la entrada de otros.

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