La perversa actitud egoísta de políticos sin moral ni escrúpulos niega el cambio climático, como si sus mentiras pudieran alcanzar algo más que a provocar dudas en gente predispuesta a claudicar ante todo cuanto salga de sus fauces, faltas de la lejía necesaria para su desinfección. En similar consonancia, chismosas/os de menor trascendencia pública, miran con disgusto el árbol delante de su piso, que les impide ver las cortinas del de enfrente. O el que -dicen- tapa el rótulo, a cuyo pie derraman la lejía de la que tan necesitadas están sus neuronas.
Unos por celebrada ignorancia deseada, otros por interés propio, se erigen en enemigos de la naturaleza, esto es, de la vida. En dependencia directa de su poder, unos festejan la caída del árbol, o la provocan. Otros destruyen selvas enteras, mientras con la otra mano avivan el fuego contaminante, responsable de la lluvia ácida, de la desertización, del aumento del agujero de ozono, de la pérdida de especies animales y vegetales, de la rotura del ciclo de la vida, el de la alimentación y el del agua. Cada cual a su nivel, todos ponen su esfuerzo -unos más que otros, pero nunca pequeño- para destruir el planeta a la mayor brevedad posible. La única diferencia: unos ganan dinero, otros sólo la Insatisfacción de soportar el árbol ante su rostro
Queda una tercera clase, un “New Style”: los ayuntamientos. La Administración, que va desde quienes afirman “Para evitar incendios no plantar más árboles”. A “Los árboles en plazas y calles favorecen concentraciones y manifestaciones” y “Cortar árboles es un beneficio”. No dicen para quien, pero se adivina. Estos ignorantes no saben que respiramos gracias a las plantas. Que los árboles hacen habitables ciudades de 40 grados, como Sevilla. O lo saben, que es peor. En los árboles y arbustos habitan aves, ardillas, pequeños reptiles, que fertilizan el suelo, transportan semillas y nos liberan de las más peligrosas plagas, por ejemplo del más dañino y peligroso de todos los animales: el mosquito; y acabar con su hábitat es acabar con ellos. Ya ha disminuido considerablemente el número de vencejos, gorriones, estorninos y otras especies. Acabar con ellas es muy fácil, no tienen más que continuar. No saben, mejor, no quieren saber que la polinización, es decir, la continuidad del bosque bajo, de arbustos y plantas de flores, se debe a las abejas, con las que su egoísmo salvaje y depredador está terminando. Si se enteran que su negocio acabará con el exterminio de los insectos beneficiosos y de las aves que controlan a los perjudiciales. Sólo tienen presente el momento. El beneficio económico inmediato.
Eso quienes viven de destruir la naturaleza. Algunos pobres diablos de satisfacer y mantener su equívoco. ¿Y la Administración? ¿Y los políticos? ¿Hay que pensar que también obtienen un beneficio económico, aparte del político de incomodar a manifestantes? Nadie puede afirmarlo si no lo permite una sentencia tipo “3%”. Del 3, el 10 ó las vacaciones o el chalé. Nadie va a afirmarlo, pero los políticos ganarían mucho despejando la incógnita de la única manera posible: el arbolado es necesario, imprescindible. Respeto, cuidado. Conservación.