Los lugares dónde fue asesinado y arrojado el 15 de septiembre de 1973, llevan su nombre: Estadio y Parque Víctor Jara. Como Federico, como Blas Infante, se ha sido la imposible obsesión fascista de callar eternamente toda disidencia a sus dictados. El error de “matemos a todos los antifascistas, así evitaremos que hayan juicios antifascistas”, de Mussolini.
El franquismo no acabó con García Lorca, ni Pinochet acabó con Victor Jara. Al contrario. García Lorca trajo a La Argentinita y sus “Bulerías de Anda jaleo”, transmutadas en un tren blindado, para la defensa republicana. Y eternizó la figura de la Guardia Civil, represora de campesinos, con la negritud de caballos, herraduras y manchas de tinta y de cera, y las calaveras de plomo que cortan el llanto. Esta Guardia Civil no es aquella. Seguramente. Por suerte. Pero Federico impide olvidar aquella, creada para reprimir al jornalero. Igual Pinochet y sus mandamases de la CIA, hizo eterno el recuerdo de Víctor para recordar eternamente a Amanda y, con ella, las calles de Santiago dolidas por el peso de unos tanques lanzados contra su propio pueblo, los dedos rotos a culatazos y los cuarenta y cuatro balazos para acabar con su vida. ¿Tantos hacía falta? ¿Tanto miedo les inspiraba? ¿Tanto miedo inspira el arte, la poesía, la literatura? Es el peligro de pensar.
Todos los dictadores lo olvidan en su locura feudal: se puede matar al ser humano, pero es imposible terminar con sus ideas, que pueden quedar ocultas una temporada, para renacer con la misma o más fuerza. Para recordar, con su nombre en el Estadio dónde lo tuvieron secuestrado y en el campo dónde lo abandonaron, hoy convertido en Parque, que el arte, la poesía “un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya), prevalece y prevalecerá sobre el totalitarismo, sobre la criminal autoridad auto-concedida para que “más temprano que tarde, florezcan las hermosas alamedas” (Salvador Allende) de la libertad. Las dictaduras pueden asesinar cuantos poetas permitan sus armas y su instinto. Pero con eso no vencen. Otros ocuparán su espacio, para que la literatura, la verdad, siga marcando el camino por el que los políticos, pese a todo, huyen de transitar.
Hace quince días 45 años después de la tortura y asesinato del cantor, no han podido callar su voz ni su guitarra, ni pudieron callar las voces y el piano de García Lorca y Blas Infante. Ayer, ocho grupos culturales y políticos dieron el paso trascendente de unir fuerzas para multiplicarlas pensando en Andalucía. Hacía falta. Y hace falta asumir la obligación de cuidar lo más preciado de Andalucía: su cultura, entendida en su sentido más amplio, como organismo, ecosistema propio. Para crecer, Andalucía necesita industria, comercio, agricultura. Y crecimiento social, humano, a partir de sí misma, sobre su carácter y su cultura, elaborada durante siglos. Ayer, durante la Asamblea informativa, dos grupos se acercaron con la intención de integrarse. Eso es Andalucía: cooperación, poner el interés general por delante de gustos y preferencias propias. Si “Andalucía en Marcha” sabe captar la filosofía de vida de lo andaluz, triunfará. Porque triunfar no es sólo ganar en votos.