El tiempo en: Vélez-Málaga

Patio de monipodio

Empezamos mal

Golpear hasta matar, utilizar armas, ya no es cuestión de fuerzas. Sino de tripas. De leche. De leche agria. Ningún momento de ofuscación puede justificarlo

Publicado: 07/01/2019 ·
22:11
· Actualizado: 07/01/2019 · 22:11
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

VISITAR BLOG

Empezamos mal. Antes de la ilusión de ver salir la cabalgata, nada más empezado el año, ya hay una mujer muerta. Una mujer joven, una adolescente, muerta a manos también de un joven. ¿Acabará alguna vez esta locura? Porque si no es una locura peor aún. ¿Qué estamos enseñando? ¿Qué deriva es esta? Para algunas cosas seguimos en el siglo XV ¿por qué? ¿No hay respeto a la mujer? No hay respeto a la vida. No hay respeto al ser humano. No hay respeto al/la más débil. Y físicamente, la mujer suele ser la más débil, salvo afortunadas excepciones para ella.

Primitivos, salvajes, desalmados, perversos, cualquier adjetivo menos superior, porque quien es superior no necesita imponerse. La fuerza siempre es fuerza, nunca razón. Golpear hasta matar, utilizar armas, ya no es cuestión de fuerzas. Sino de tripas. De leche. De leche agria. Ningún momento de ofuscación puede justificarlo, ninguno, pero ¿tantos asesinos sueltos hay? ¿Tanto nivel de maldad? Crueldad, frialdad, falta de discernimiento, instinto asesino, ignorancia, violencia, soberbia, no se resuelven ni se remedian a posteriori. Los movimientos feministas piden endurecimiento. Castigo. Más dureza. Castigo. Lamentablemente, la ley de violencia contra las mujeres ha sido incapaz de poner remedio a tanta atroz salvajada. Y el feminismo pide venganza. Conscientes que no hay ley capaz de remediar la irracionalidad, se quiere a los responsables lejos, encerrados. Disminuir el número de locos, de animales salvajes, sueltos. Cuantos más y más tiempo estén en la cárcel, menos gente capaz de acabar con la vida de semejantes… pero ¿es esa acaso la misión de la Justicia? ¿Es eso lo que debe exigir la sociedad? El humo de los incendios no debería ocultarnos el extintor. Y el costo de recibir improperios tampoco va a limitar la seguridad en la razón, única fuerza que debe imponerse.

El feminismo se equivoca, el castigo no es ejemplarizante; castigar no es prevenir, añadir violencia a la violencia sólo crea más violencia. Quiérase o no, la educación es el único medio para acabar con ella. Aprender, comprender que no hay seres inferiores, que la fuerza física lejos de dar la razón, la quita cuando se utiliza. Mujeres, niños, ancianos o, simplemente, hombres menos robustos, no son inferiores. Hay que erradicar esa “cultura de la fuerza” todavía imperante y fomentada por comodidad o costumbre, que fortalece a quienes llevan la agresividad en sus genes. En el recreo las niñas la manifiestan gritando y los niños peleando. El error, el horror más bien, está en limitarlo a “cosas de niños”. Deber de la enseñanza es enseñar a canalizar las energías, para hacer innecesario el bofetón cuando un joven se cree con superior derecho “por su testosterona”. Entonces, y antes de llegar a la juventud, sin ser remedio definitivo la autoridad paterna ayuda a recapacitar. Pero se interpuso una super protección mal entendida, la que prefiere un niño sin madre antes que permitir un castigo oportuno, justificado y a tiempo. Proteger al niño es impedirle mal trato; hacerlo creer superior aumenta la supra-valoración, la confianza en un “derecho” superior inexistente, pero enmarcado en la super protección.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN