Lo que faltaba. La señora corta y cambia, después de dejar el mensaje, orgullosa de descubrir el Mediterráneo. Una más. “No volvamos a vincular la Atlántida y Tartessos”, (que nos la buscamos) porque la Atlántida no ha existido. Nos lo tomaremos porque Tartessos sí ha existido. Menos mal, que eso no lo niega, lo ratifica en la afirmación. El “descubrimiento” está en la Atlántida: ya sabíamos que ese continente perdido en el fondo del mar (sin matarile) sólo ha estado en la mente de Platón. Excepto buceadores en fábulas, empeñados en buscar bajo las aguas del Océano, que suponen “restos” del cataclismo las islas salpicadas entre América y Euráfrica, todos sabemos que la Atlántida es una leyenda. Y ellos también.
Más que una leyenda, que para serlo necesitaría haber sido amasada en el tiempo por la fuerza de la oralidad, es una metáfora. Platón escribió varias para ilustrar a sus alumnos. Unas cuantas páginas del “Timeo” y el “Critias” más la obstinación de dar forma a una historia ejemplar, han sacado supuestos investigadores con teorías tan disparatadas, como la de que la cordillera subterránea existente en el centro del Océano es el resto del “Continente sumergido”. El Atlántico, formado por la separación de las placas oceánicas, tiene algo más de setenta millones de años y esa cordillera es resultado de la separación. No existe el menor indicio de la existencia de ningún continente ni isla de gran tamaño más allá de Canarias, Azores, Madeira y El Caribe, resultado también del alejamiento de los continentes. El Océano ocupó el espacio dejado por la separación y recibe su nombre de la suposición extendida, de que, supuestamente, allí se encontrara el más deseado que desgraciado continente, cuya primera sílaba “atl”, significa “lugar del agua”.
“Casualmente” el prefijo “and” es la traducción literal al árabe, del griego “atl”. La locución “Jazirat al Andalus” (la isla Atlántida), da nombre a la provincia sur del Emirato, como recogió Amador de los Ríos de las “crónicas andalusíes” y confirmó Joaquín Vallvé. Pero, entre una y otra locución, el prefijo se transformó en “talt”-“tart”, como se forman las palabras: por evolución lingüística. Porque “Talt”-“Tart” también significa “lugar del agua”. La existencia de Tartessos la reconoce hasta la profesora madrileña, en su propia negativa a relacionar lo que está relacionado por su naturaleza. Platón conocía la existencia y ruina de Tartessos, hundida su economía por el cierre de los estrechos, que cortó sus comunicaciones y comercio con el otro extremo del Mediterráneo. Y lo idealizó. Lo transformó en una historia ejemplar, en la que, tras alcanzar el apogeo de riqueza y civilización, se perdió por la acción de superiores fuerzas externas. En la historia real esas fuerzas fueron la coalición etrusco-cartaginesa, superior en capacidad guerrera, pero ni económica ni cultural, la que asfixió y arruinó la economía tartesia.
Si se comprendiera el contenido edificante de la parábola, la fijación mental de hacerla leyenda, no se obstinaría en negar significado real a los prefijos, ni un palmetazo querría “ilegalizar” la relación causal que une “Atlántida” y “Tartessos”.