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Patio de monipodio

El mercado le dio nombre a la calle

El posible beneficio de bares y tiendas de bebidas no puede justificar la pérdida de los valores, de la estructura social, del urbanismo...

Publicado: 10/03/2019 ·
22:21
· Actualizado: 10/03/2019 · 22:21
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Fue un privilegio del Rey Sabio. Lo contrario que estos que quieren acabar con todo, para ganar más pasta gansa con el pretexto del turismo. A ver si nos centramos: el turismo de calidad beneficia a la ciudad y mejora su nombre en el mundo. El de borrachera la deja hecha una mierda, a imagen y semejanza de quienes lo hacen y de quienes les traen. Sevilla necesita un “plan estratégico” de turismo, no un aluvión capaz de reventar sus esquemas culturales, sociales y humanos. El aluvión es una necesidad para las sociedades y personas especuladoras, buscadoras de su propio y exclusivo beneficio, a costa del perjuicio de la mayoría. El posible beneficio de bares y tiendas de bebidas, no puede justificar la pérdida de los valores, de la estructura social, del urbanismo, del estilo, que es el gran argumento en que se basan las visitas a la ciudad. El turismo de borrachera pide “espacio independiente”, donde no esté obligado a cumplir normas de convivencia. Y gasta lo mínimo, como el de “tour operator” en la costa. La diferencia estriba en que el de todo incluido al menos se hospeda en hoteles, lugares perfectamente definidos, que no rompen el sueño de los vecinos.

Aquí, para beneficio de unos cuantos aprovechados, no de las visitas al Alcázar ni a la zona monumental, ni a los muchos eventos de calidad que tienen lugar en Sevilla, se está creando un “boom” que en realidad es “bluf”, que se desinflará más rápidamente de lo que se está formando. Porque la cultura, la infraestructura cultural, la monumentalidad, el disfrute de las calles y del espíritu sevillano, que eleva el espíritu, se expande. Los visitantes educados que vienen a comprobar ese disfrute cultural y espiritual, lo divulgan en sus lugares de origen y aportan nuevos visitantes. El encanto cultural y urbano de una ciudad es un valor de esa ciudad, que se puede ver una y muchas veces. Saltar, brincar, gritar y dejar las toallas tiradas por el suelo del patio, actitud carente de todo valor, se puede hacer en cualquier sitio. Y lo cierto es que ese turismo es volandero, inestable. Ni propaga ni repite visita. Esa es otra de las grandes diferencias que las autoridades deberían tener en cuenta, antes, mucho antes de tener en cuenta la voracidad económica de los operadores de turismo de apartamento. Antes, mucho antes, de ir vaciando la ciudad, de convertirla en un escenario, mejor, un decorado muerto, útil para mear en la calle y aumentar el beneficio de unos poderosos empresarios, en paralelo al perjuicio para una ciudad.

El turismo de congresos, cultural, preparado, el que sí deja dividendos y prestigio, no quiere ver un decorado de cartón piedra. El Ayuntamiento tiene sus entendederas agarrotadas: ni en el Charco de la Pava ni en la calle Feria, donde nació el más antiguo de España, da mala imagen un mercado. La dan el olor de una fiesta callejera descontrolada, el ruido de grupos de maleducados en donde ningún conserje pueda recriminarles su comportamiento. Beneficiar a estas empresas destructivas, enemigas de la cultura en general y de la específica de la ciudad, además de comportamiento de dudosa ética por parte de las autoridades, hunde el prestigio de una ciudad que brilla pese a su propio Ayuntamiento.

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