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Patio de monipodio

Exabruptos

No hay que confundir la libertad para opinar con la de lanzar falsas acusaciones con el fin de desprestigiar, de hacer daño a alguien, que eso no es opinar

Publicado: 13/10/2019 ·
22:40
· Actualizado: 13/10/2019 · 22:40
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Quieren acostumbrarnos pero es imposible acostumbrarse, y es que hay sus diferencias: no es igual ser político que ser una persona normal. Se puede ser de izquierdas, de derechas, de centro, de “adelante-detrás-un-dos-tres”, agnóstico, aséptico. Pero mentir debería estar penado. Bien penado. Mentir incluye fabular, inventar, maquinar, y en ocasiones, en muchas, se hace para soliviantar, para crear conflicto. Esto es lo peor. Por eso debería tener doble valoración, la de mentira y la de apología.

No hay que confundir la libertad para opinar con la de lanzar falsas acusaciones con el fin de desprestigiar, de hacer daño a alguien, que eso no es opinar. Quien tuviera alguna prueba de que las mujeres asesinadas recordadas como “las 13 rosas”, fueron culpables de “atropello, torturas y asesinatos”, sólo debería acusar con la prueba en la mano. Con alguna prueba. Y, si no la tiene, volvemos al párrafo anterior. Ni la libertad para opinar ampara el inexistente derecho a maquinar contra los demás, ni existe el derecho a “cada forma de ver la historia”. En especial cuando la historia es tan reciente que existen datos documentales, documentados, que prueban los hechos. Y probar los hechos elimina la posibilidad de defender cualquier otra versión.

“Decir lo que se piensa no da derecho a pensar lo que se dice”. Apréndanselo, manipuladores de la historia y de los hechos probados. Pero no sólo hubieron trece rosas. Ese grupo es el que más suena. Hubo otras quince en Guillena. Y otros grupos en otros lugares. Hay muchas carreteras y muchas tapias en la península. Pero no queramos –no quieran- volver a las cunetas y a las tapias, que estamos en paz. Y el mismo derecho de quien tiene a sus familiares localizados, tienen todos los demás a llevar flores a las tumbas de los suyos. Pero para eso tienen que descansar en una tumba y hay que saber dónde está la tumba. Esa es la disquisición, ni se pretende rememorar el pasado ni hacer juicio. El juicio lo están haciendo quienes niegan a unos españoles (porque todos son españoles ¿o no?) el derecho a tener dónde recordar a sus familiares.

El derecho a torcer, tergiversar, falsear, mentir, no está amparado en ley ni disposición de ningún tipo, ni lo ampara la ética. Y ya lo dijo alguien “la verdad es lo primero que se debe a quien de verdad se ama”; pues aquellos que dicen defender España deberían amarla. Pero a tenor de tanta mentira no lo parece. Las pruebas deben ser lo primero y sin pruebas, callado es el mejor estado. Si los menores no acompañados le cuestan al erario 12.000 euros al mes cada uno, después de preguntarles con qué los alimentan habría que pedir lo mismo para los menores acompañados de su familia, esto es, los nacidos aquí. Pero nadie que no esté programado para creer todas las patrañas de estos creadores de conflictos, puede tomarlos en serio. Que, por cierto, aunque crear conflicto venga siendo el deporte de mayor cualificación profesional para muchos políticos, ampararse en el aforamiento no remedia, al contrario, aumenta el mal. Sobre todo cuando el mal, es decir, la mentira, se lanza para crear ambiente pre-bélico. Eso es apología. Y si no saben que lo pregunten. No se cobra por quitar ignorancia.  

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