Esto es una guerra. Una guerra bien planeada, en que primera vez no son los jóvenes protagonistas ni principales víctimas, que quedan mejor en el paro-sin-paro, porque aún no han cotizado, y el ahorro es: menos pensiones y menos futuros sufridores de un mundo cada día más injusto. O quizá sólo sean “daños colaterales”, como guerra que es, ni eso le falta. Cuando terminan las guerras se piden responsabilidades y comprueba en qué medida se han forrado unos cuantos, entre ellos los inductores. Esto es lo que de evitaría de la única forma posible: condenándoles. Pero ¿Quién condena al vencedor? ¿Y a los laboratorios? “Pobrecitos” después que han descubierto un antídoto… Lo de las responsabilidades es necesario, imprescindible. Sería. Si hubiera quien se atreviera a investigar las causas reales y a aún así siguiera en el mundo.
Los vencedores de esta guerra se deducirán por exclusión: No ganan los trabajadores, despedidos ó precarios, sometidos a mayor presión fiscal para financiar (recuperar le llaman) a los grandes grupos económicos. No ganan los abuelos, disminuido su poder adquisitivo con pensiones congeladas frente al alegre calor de las subidas. Ni los niños, como mínimo retrasados en el aprendizaje. Ni los jóvenes, obligados a soportar el aro de la precariedad y “no te quejes que es peor”. Ganan quienes especulan con las bolsas y otros entes económicos a los que llaman “mercados”, quienes aprovechan cualquier desgracia, o incluso la provocan, para quedarse con el dinero físico, la mejor forma de crecer sin crear empleo. Los lobbies acaparadores, encarecedores de medicamentos y similares, enriquecidos en la bonanza y en la desgracia, no merecen ser “socorridos” con el dinero de todos. Por su labor y porque les sobra capacidad de recuperación, sólo con acometer negocios limpios, que creen empleo y generen recursos, también para los demás.
El fin de esta “guerra” marcará el momento de la reconstrucción, pero no el de los bancos y grandes grupos empresariales, que sólo servirá para añadirles más poder del que ya detentan. El de recuperar a la gente, a los trabajadores, pymes y autónomos, los tres grupos que realmente sostienen la economía. Pero antes de ese final debe empezar a programarse y acometer medidas contra el empobrecimiento. Por ejemplo, con la apertura de clínicas, plantas de hospitales y hospitales cerrados en toda Andalucía, con la recuperación de personal sanitario, con la fabricación de material. Si se agotan mascarillas y guantes ¿por qué no fabricar más, con toda urgencia? O evitando la propagación. La irresponsabilidad de gobiernos y ayuntamientos les hace responsables de la posible propagación del virus. Incomprensible el cierre de pequeñas poblaciones mientras miles de personas se desparramen por este “Sur” dónde dejar su recuerdo en la extensión del virus. ¿Tanto vale la “capi” para justificar un posible recrudecimiento en todo el Estado? Tan irresponsable como el gobierno es considerar “intocables” la Semana Santa y las ferias, aglomeraciones dónde un solo infectado puede contagiar a miles de personas por propagación en cadena. ¿Qué pasa? Esto sólo es Andalucía.