La sociología asegura que el espacio corporal del ser humano, una especie de “aura” en torno al cuerpo, no sólo es variable en función de cada individuo/a, sino también en la medida en que el cuerpo esté sólo e independiente o se encuentre protegido por algún objeto o elemento. Ese “aura” imaginario, marca las distancias mínimas soportables en cada caso, el espacio a partir del cual, cada cual empieza a sentirse molesto con la cercanía de otro/a mortal. Molestia menos perceptible a la distancia tope, convertida en rechazo al roce, aunque sea involuntario. Distancias relativas, más extensas en lugares abiertos, reducidas o soportadas en bullas, tanto callejeras como en transporte, por ejemplo autobús o metro. Razones inconscientes que la ciencia no decide: explica, para permitir explicarnos las causas de nuestro rechazo a determinadas intimidades, ya sean buscadas o casuales. En resumen: todo ser humano siente en derredor un espacio de respeto ante la presencia de otro ser humano.
Ese espacio, ese “aura” se agranda a partir de la situación individual, o de la ocupación de otro espacio cerrado o propio, variable en función del tamaño y la importancia relativa del objeto, importancia que es trasladada por el objeto y asumida por el individuo. Por ejemplo, si el “aura” o espacio vital de una persona es de un metro en derredor de su cuerpo, en un vehículo será como mínimo de un metro (normalmente más, depende del carácter del personaje) contado desde el exterior del vehículo. Una persona en un coche sentirá propio un metro o más de vacío en torno a los exteriores del coche, medida variable de un “utilitario” a un vehículo de alta gama. Variable en cuanto al tamaño del vehículo y al vacío supuesto en cada caso, por la caracterología del personaje.
Todo este estudio puesto por la ciencia a nuestra disposición, sirve para comprender el sentimiento de propiedad del espacio circundante de tantos y tantos conductores de todo tipo de vehículos. Las protestas porque “su coche se acerca mucho al mío”, incluso hoy, en que los propios vehículos avisan con su molesto pitido intermitente. Y ese sentido de propiedad del espacio contrasta con y contradice de forma flagrante a la ley, que estipula la preferencia en sentido inverso a la fragilidad. Así, una bicicleta tiene preferencia ante una moto, ambos la tienen ante un automóvil, y los tres frente a un camión. No obstante, como el examen no entra a valorar el carácter, ese principio legal queda tan lejos, como el desacuerdo en que, en caso de juicio por accidente, el más débil parta con ventaja. Sin embargo es notorio el riesgo del ciclista ante un automóvil, tanto como el de un peatón ante el ciclista.
Aquí comienza el problema. Parece que un golpe de bici no duele. Y seguro no duele al ciclista, hay que preguntar a quien lo recibe. El pretexto del “ahorro”, porque andar es igual de saludable y consume aún menos, ha dado vuelos extraordinarios, lo que denota otra reacción también razonada por la sociología: el sentido de superioridad, practicado por quien lo rechaza en otros El mundo al revés del “mi prioridad reside en mi fuerza”. Algo que el “progrerío” aún no ha calibrado. O le da igual, que es peor.