La aparición del concepto “marcha procesional” en Sevilla, como se entiende en la actualidad, es relativamente reciente. Fue en los años finales del siglo XIX cuando se encuentran las primeras referencias.
Antes de esto, las músicas que acompañaban a los pasos en las procesiones eran, fundamentalmente, instrumentaciones para bandas de música de obras del género clásico. Como ejemplos podemos nombrar la Marcha Fúnebre de Chopin o la Muerte de Ases de Grieg.
En Sevilla, las marchas más antiguas conocidas, datadas en el año de 1895, son la compuesta por Font Marimont, Quinta Angustia, y La Coronación de Espinas, obra original de Lerdo de Tejada.
A finales del siglo XIX se comienzan a fraguar las primeras marchas, que convertidas ya en auténticos clásicos, han llegado hasta la actualidad, entre ellas destacan Quinta Angustia (1895), de José Font Marimont, y Virgen del Valle (1898), de Vicente Gómez Zarzuela, aunque existen otras como La Coronación de Espinas (1895), de Lerdo de Tejada, y El Señor de la Pasión (1897), de Ramón González.
La saga de los Font dejó huella en Sevilla. El primero de la saga fue el catalán José Font Marimont, primer director de la Banda de Soria 9, mientras su hijo, Manuel Font Fernández de la Herrán se hacía cargo, en 1895, de la dirección de la Banda del Hospicio de Sevilla, a todos los efectos la Banda Municipal.
José Font de Anta, violinista, compuso en 1924 la marcha Resignación, que dedicó a la Virgen de la Victoria. Manuel Font de Anta, hermano del anterior e hijo de Manuel Font Fernández de la Herrán, optó por el piano, en el que fue instruido por su padre y por Joaquín Turina entre otros. Compuso Camino del Calvario (1905) o La Caridad (1915) marchas no muy conocidas.
El apellido Font será recordado eternamente por dos marchas fundamentales en la historia de la música procesional. Amarguras y Soleá, dame la mano.
Un punto de inflexión llega de la mano de Manuel López Farfán, que en 1919 se hizo cargo de la dirección de la banda militar del Soria 9 y ya en 1925 revolucionó el concepto de la marcha de procesión, en Sevilla, con la archiconocida Estrella Sublime.
Farfán compuso, desde los inicios del XX, marchas lentas/fúnebres como era la costumbre de la época, piezas como Spes Nostra (1904), dedicada a la Esperanza Macarena, o El Refugio de María (1923), dedicada a la Hermandad de San Bernardo. Pero pronto rompe con este estilo e impone una forma de marcha de procesión dinámica, rítmica y vibrante, que hacía que el paso de palio se moviera al compás de la marcha. Un año antes de estrenar Estrella Sublime ya había compuesto Pasan los Campanilleros, una de las marchas que más se interpretan durante la Semana Santa, aún en la actualidad.
Farfán es una de las figuras más influyentes, al ser primero en incluir las cornetas.
La etapa de la Guerra Civil afecta a la música procesional, las bandas subsisten precariamente, algunas cofradías dejan de procesionar y desciende la creación de marchas procesionales.
En la etapa posterior a la guerra ya salen a la luz marchas emblemáticas como Jesús de las Penas, de Antonio Pantión, y Virgen de las Aguas, de Santiago Ramos, hasta que, como decíamos en el artículo de ayer, la influencia de la Macarena se hace patente.