La plaza de la Maestranza se llenó por completo recuperando la normalidad perdida tres años después del último festejo celebrado en un Domingo de Resurrección; pero el festejo de mayor alcurnia del calendario taurino, pese a la gran expectación levantada, acabaría siendo sentenciado por el mal juego del encierro de Juan Pedro Domecq escogido para la ocasión.
El lujoso festejo pascual celebrado esta tarde en la plaza de la Maestranza de Sevilla estaba cargado de significados. Suponía la recuperación de la normalidad taurina en el coso del Baratillo, tres años después de la última corrida celebrada en esta fecha. Pero el evento, además, también había logrado reunir por primera vez en el mismo cartel a los máximos intérpretes del toreo según Sevilla.
Casi todo se acabaría yendo al garete –pese a la impresionante expectación levantada- por culpa de un claudicante y blando encierro de Juan Pedro Domecq que terminaría por colmar la paciencia de los aficionados. El gran lujo del festejo, iniciado con la Marcha Real antes del paseo de las cuadrillas, se vio así empañado a pesar de los esfuerzos de una terna que brilló más con el percal que con la franela.
Morante de la Puebla fue el torero que caminó más cerca del triunfo. Sorteó en primer lugar un ejemplar de cierta nobleza, no exento de clase, pero frito de fuerzas al que cuajó una preciosista faena iniciada con añejos ayudados que estuvo presidida por una belleza sencilla y natural. Y al natural, precisamente, llegó lo mejor de ese trasteo saludado por el pasodoble "Suspiros de España" que apuró por completo al astado.
Fue una faena en la que el diestro de La Puebla acabó poniéndolo todo, exprimiéndolo aún por el pitón derecho antes de despedir su labor con un sabroso molinete. El torero iba a salir apurado del primer pinchazo pero agarró una estocada entera en el "rincón" que fue suficiente para recoger la primera ovación de la tarde.
Con el cuarto, un ofensivo sobrero de Virgen María, iba a tirar de su repertorio más arqueológico después de brindarlo a la infanta Elena, presente en el palco de convite.
Fue una faena de aires gallistas, que inició agarrado a las tablas, y que basó en muletazos de pitón a pitón de aire decimonónico y una lidia sobre las piernas no apta para públicos estandarizados. Media tendida acabó siendo suficiente.
El segundo espada de la tarde fue Juan Ortega que hizo honor a su fama de grandioso capotero cuajando de cabo a rabo el segundo de la tarde, en un recibo por verónicas que abrochó con una esplendorosa media. Siguió sobre ese palo para ponerlo en suerte y quitó por chicuelinas, el mismo lance que escogió Aguado para girar como una veleta en un alado quite que levantó al público.
No hubo más que anotar por mucho que el toro pareciera venirse arriba en banderillas. Ni la calidad del astado ni las estrategias del torero se aliaron para que la faena fluyera.
El bicho hacía hilo y pasaba sin entrega mientras Ortega descomponía su propio cuadro en medio de la impaciencia del público, la misma que se hizo evidente cuando salió el desrrazado quinto y Ortega quiso torearlo con compostura en medio de las protestas.
Para Aguado, como Ortega, era su primer Domingo de Resurrección. Se mostró pletórico en los lances de salida al sobrero que hizo tercero, ganando terreno mientras las verónicas –rubricadas por una excelente media- ganaban en expresión y sabor. Esa fluidez no le iba a acompañar después en la faena de muleta sin que el toro, tardo y soso, terminara de hilarse con el planteamiento del diestro sevillano.
La cosa iba a animarse efímeramente en la salida del sexto, al que volvió a lancear con excelencia en el recibo y en la brega para ponerlo en suerte al caballo. Morante, en su turno, le enjaretó dos y media de primor que fueron contestadas con capotazos a pies juntos y otra media arrebujada de toro. Ahí se quedó la cosa. Aguado se puso a torearlo con suavidad pero el toro, sin alma ni fondo, no daba para más.
FICHA DEL FESTEJO.- Cinco toros de Juan Pedro Domecq, incluyendo el tardo y soso sobrero que saltó el tercer lugar. El cuarto fue otro sobrero de Virgen María, bruto y con genio. El toro más potable fue el primero, blando pero con cierta clase. Fue de más a muy menos el segundo. Quinto y sexto no tuvieron ningún contenido.
Morante de la Puebla (cobalto y oro con sedas blancas), ovación y silencio.
Juan Ortega (lavanda y oro), ovación y silencio.
Pablo Aguado (yedra y oro), silencio y silencio
Dentro de las cuadrillas destacaron Abraham Neiro e Iván García, este con capote y palos además del picador Óscar Bernal.
La duquesa de Lugo, infanta doña Elena, asistió al festejo desde el palco de convite de la Real Maestranza.
La plaza se llenó por completo en tarde muy calurosa.