Para los muy cafeteros, el análisis de Alberto Olmos en plena resaca electoral por el 9J sobre la identidad perdida del PP es imprescindible. Olmos acierta cuando se pregunta “no sé cuándo fue la última vez que el PP me pareció lo suficientemente de derechas, pero hace de ello, desde luego, mucho tiempo”.
Se equivoca, en mi opinión, cuando reconoce que “la derecha era más divertida antes, más fascista, más con bigotes y gritos a los chóferes”. Por partes. El PP es una amalgama de corrientes ideológicas que (don) Manuel Fraga, primero, y José María Aznar después fueron capaces de concentrar en torno a unas siglas capaces de erigirse como alternativa de Gobierno a un PSOE acorralado por la corrupción (económica y policial) a mediados de los noventa.
Democristianos, liberales y nostálgicos sellaron una alianza que obtuvo prontamente un triunfo en las urnas que permitió abrir una nueva etapa en la democracia española. Aznar fue un presidente desacomplejado que respetó las diversas identidades de su militancia y electorado, con políticas muy ideologizadas, pero también pragmático según lo mereciera la oportunidad.
No hay que olvidar, en este sentido, que antes que Pedro Sánchez, Aznar se entendió a la perfección con los partidos nacionalistas en País Vasco y Cataluña. Pero la ambición le cegó. Con España lanzada por el virtuoso ciclo económico, el entonces líder del PP quiso que el país contara en el concierto internacional también en cuestiones de geopolítica y aquello acabó con la implicación en la guerra de Irak y las mentiras del 11M.
A partir de ahí, todo se torció. La elección de Mariano Rajoy fue acertada, teniendo en cuenta que la alternativa era Rodrigo Rato... Pero Rajoy se dejó llevar por una corriente interna comandada por Soraya Sáenz de Santamaría que quiso convertir el partido en una gestoría. Los nostálgicos dieron el portazo y montaron Vox. Los liberales encontraron en Albert Rivera el gurú que estaban esperando, en ese fraude que supuso la derecha guapa e inteligente. Y los democristianos, gente muy triste, en palabras de un veterano dirigente provincial gaditano, se quedaron porque no tienen otro sitio donde cobijarse.
El resultado de toda esta década y media ha resultado devastador. Alberto Núñez Feijóo no para de dar bandazos. No sabe cómo relacionarse con Vox, pero tampoco tiene una agenda parlamentaria que vaya más allá del no a la amnistía, la regeneración democrática y cuestiones puntuales como la seguridad o la okupación, y la bajada de impuestos (sin explicar para qué).
Los barones del PP que triunfan (salvo Ayuso, que conserva la esencia del PP primigenio) siguen la misma estela, y solo se sitúan en el ala derecha del espectro político por el gusto a debilitar los servicios públicos en favor de los intereses privados. Ganan porque no hay nada enfrente en la mayoría de las comunidades: el PSOE también abandonó la socialdemocracia hace mucho y es una empresa cuyo objetivo es el poder por el poder. Y por esto, no hay ya mayorías absolutas.
Es imposible que el grueso de los españoles se identifique con una opción u otra. Más allá de las siglas y de hiperliderazgos, aquí nadie habla ya de política… con lo que se deja pista libre para nacionalistas y alfombra roja para conspiranoicos y antisistema como Alvise. Ay.