Sevilla no son 33 edificios. Son muchos más de 33 y de 33.000. La dichosa, mórbida y destructiva manía de clasificar edificios individualmente, como si las casas, las viviendas fueran entidades sin vida y sin conexión entre ellas; y las plazas y las calles sin relación dentro de ellas. Una ciudad no es una hilera de lápidas, es un ente vivo. Y una construcción con estilo, o de estilo, como se prefiera, lejos de destacar pierde atractivo e interés en un conjunto sombrío de “cajas de zapatos con ventanas”. Cada construcción cumple la función concreta para la que se ha concebido; la ciudad también, la comparte y la hace parte de sí misma. Y mucho más. Porque una ciudad es un conjunto, no de unidades, no sólo de unidades. Es un conjunto de vivencias, de sentimiento, de sentido. Salvo algunas capitales de estados, las ciudades se han hecho a sí mismas a través del tiempo. Son testigos de los tiempos que la han atravesado, sin que atravesar deba significar ni justificar asesinar, no es una espada lo que la atraviesa es una forma de ser y de sentir. Un carácter. Las ciudades más conocidas, amadas, deseadas, visitadas, tienen carácter. Cada una el suyo. Cuando se imita a Chicago, Nueva York, Hong Kong o Kuala Lumpur, no se tiene personalidad: se pierde, aunque aquellas ciudades la tengan. Porque la copia es impersonal y porque la ciudad es un conjunto, no una serie de edificios colocados al azar.
Por eso las ciudades racionales modifican su estructura en derredor, cambian el estilo, construyen lo supuestamente moderno fuera de la ciudad histórica. Salpicar la ciudad de edificios ajenos y muchas veces contrarios al conjunto, no es modernizar: es destruir. Porque ni el cajón, ni siquiera una obra actual atrevida, puede lucir en un ambiente tan distinto del propio. Desluce y lo desluce, que es peor. La torre Pelli o el mamotreto pseudo-arbóreo con ínfulas dragoníacas, de la Encarnación, que, como otras construcciones incrustadas indebidamente, no harían daño y hasta podrían quedar resultonas, a algunos kilómetros del casco histórico. Por ejemplo entre Sevilla-Este y Torreblanca, que podrían haber supuesto interesante ayuda a la erradicación de cierta forma de vida.
Es igual referirse a la ciudad completa o a una parte de ella, a una zona con características comunes y al mismo tiempo en su conjunto diferenciables del resto. El barrio de Nervión fue concebido en una dimensión específica, concreta. Su arquitectura, acorde con el urbanismo, también ha guardado relación con los servicios consecuentes, como el centro, -aunque los estilos sean distintos-: ancho de viales, servicios de agua, alcantarillado y electricidad, servicios que, al aumentar sensiblemente la densidad de población, quedan inservibles, en peligro y hacen peligrar la sustentación de los propios servicios. Problemas de solución carísima y en algún caso insoluble como lo es la amplitud de las calles, sumados a la pérdida de personalidad, de estilo, de diseño, de conjunto. Ni la ciudad ni los barrios son simple suma de casas; son un conjunto estético. Por eso limitar la protección de Nervión a treinta y tres edificios, será la más monstruosa sentencia de muerte al barrio.