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Patio de monipodio

Limpieza y honradez, ¿para cuándo?

La gente, al menos la inmensa mayoría, está acostumbrada al lenguaje y la acción de los políticos, tanto que parece vacunada: lo percibe, lo recibe y lo sigue..

Publicado: 03/06/2021 ·
22:29
· Actualizado: 03/06/2021 · 22:29
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  • Ceuta. -
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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La gente, al menos la inmensa mayoría, está acostumbrada al lenguaje y la acción de los políticos, tanto que parece vacunada: lo percibe, lo recibe y lo sigue recibiendo, sin rechazo, como si no le afectara. Lenguaje y acción cambiante en función de la estrategia -muchas veces equivocada pero eso va parejo al coeficiente mental-, de sus cortas entendederas y sus intereses personales, que nunca reconocen aunque se traslucen, a veces ni eso, no más que consecuencia de su nulidad comprensiva. La gente se dará cuenta que la demagogia y la maldad son los peores consejeros de cualquier gobierno. Que las leyes se deben redactar y apoyar, esto es, votar, en beneficio de la mayoría, no de criterios personales tantas veces indefendibles, porque están basados en su estado de ánimo; tampoco en su deseo de venganza contra quienes no se limiten a obedecer sumisos su criterio minoritario y egoísta. Las leyes y el comportamiento de los partidos no pueden estar basadas en el deseo de dirigir desde su minoría, ni desde los intereses espurios de quienes los mantienen con la intención de crear conflicto para pescar en rio revuelto.


Hace unos días fueron la Ley del suelo y la de salud pública en Andalucía, como antes habían votado contra los derechos de los niños, contra los ERTEs, contra las pensiones o contra la mínima subida del salario mínimo. La escalada puede continuar, pero paralizar la acción del gobierno, más si se hace sin la menor atención a sus consecuencias, como se ha hecho, sólo demuestra nulo interés por el gobernado y por absoluta falta de intención por resolver sus problemas, poniendo por delante sucios intereses privados, racismo, despotismo y fobias varias, resultados de la hipertrofia mental y de los intereses particulares de quienes han posibilitado su existencia.


La gente se dará cuenta. Los seguidores del abascalismo comprenderán que respetar a España es lo contrario del racismo, de la homofobia, del odio entre comunidades, del totalitarismo. Que acoger niños desamparados, sea cual sea el color de su piel, no es motivo para rechazar cualquier mejora que pudiera acercarnos al derecho a la vivienda. No serían muchas esas posibles mejoras, porque el proyecto ya estaba adaptado a la mentalidad partidaria de quienes al final la han rechazado, pero no por progresistas, que no lo eran, sino para vengarse artera y bajunamente de la falta de racismo. Ese cambio de actitud, esa marcha atrás que les ha llevado a rechazar lo que ya estaba acordado, demuestra que sus ínfulas desgraciadas (para el resto), sus caprichos, sus juegos del momento, son para ellos más importantes que lo que pueda ser verdaderamente importante para la gente, votantes propios incluidos.


La gente se dará cuenta que el bienestar de la mayoría es para ellos un objetivo demasiado lejano, plenamente ignorado; que sólo los mueve un negativo interés de imponer su cambiante e inestable voluntad, basada nada más en el deseo de dominar por encima de su representatividad. La gente se dará cuenta. Esa es la esperanza de no desembocar -a su pesar- en la Alemania de 1934.

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