Este verano que anda peleando con la lluvia empeñado en no marcharse, será recordado por causas y azares particulares, individuales, familiares, personales e intransferibles, como los carnets de identidad. También resultará inolvidable por los personajes tan conocidos y entrañables que no volveremos a ver. Juan Luis Galiardo, Sancho Gracia, José Luis Uribarri, Carlos Larrañaga han pasado a incrementar esa lista oscura de la que otros y nosotros formaremos parte en algún momento, una lista que se alarga por minutos y tan olvidada como inevitable. De Galiardo aún resuena su lección magistral a los actores isleños en el Teatro de las Cortes. Sancho Gracia dejó un rasgo humildad al reconocer siempre que le debía mucho a Curro Jiménez. José Luis Uribarri fue y seguirá siendo “la voz” de la tele y Carlos Larrañaga era el carisma personificado, pues era él mismo tanto en la calle como en el plató.
El último que se ha ido lo ha hecho hace unos días. La muerte de D. Santiago Carrillo la oí por la radio, en el espacio 24 Horas y de inmediato pensé en las buenas copas de anís Chinchón que tomaba junto a su amigo y rival D. Manuel Fraga, en la esquina de la cafetería del Congreso, según dijeron en más de una ocasión. Cuando terminaron de transmitir los comentarios de sus amigos, colegas y discípulos las locutoras enunciaron otras noticias que, seguro, no fueron oídas con atención pues los cuatro o cinco minutos del espacio se llenaron de fogonazos de su longeva e intensa vida. La sintonía del noticiario puso el punto final a la evocación, al recuerdo de los otros que junto con él ya no vivirán otro verano, una sintonía distinta y distante de la que siempre caracterizó a Radio Nacional de España.
Rebuscando por Internet –permítaseme la licencia de utilizar este término en lugar de “navegar”, aunque el diccionario haya incluido una entrada referente a la informática en la voz-, la página dedicada a fonoteca de la emisora recoge que la sintonía era una adaptación de un toque denominado “Generala”, según consta en las ordenanzas militares de Carlos III de 1769. Aquella era orquestada, alegre y asociada a la comida por causa de la infancia, es decir, al guiso a mediodía y al puchero por la noche. Años después, se le dio aires de concierto de guitarra. Más que sintonía era una melodía suave, breve y tranquila, lo opuesto a lo que había sido hasta entonces. Pero sin duda la más recordada ha sido la de desconexión, porque paró la vida en España durante un largo e intenso minuto, allá por el año 1981.
Posteriormente ha ido evolucionando pero sin perder las notas principales. Los teclados han venido sustituir a la orquesta, a los instrumentos de cuerda, al acompañamiento, en suma. Este verano, además de las personalidades conocidas, se ha llevado esas notas que fueron la identidad de la emisora de “los partes” de guerra. Las señales horarias dan entrada a una fanfarria. El silencio de la noche queda roto bruscamente por las trompetas que, perfectamente acompasadas, aniquilan el sopor con el estruendo de una película de romanos anunciando la presencia del emperador, con todo respecto. Nos acostumbraremos, es inevitable, pero a los románticos siempre nos quedará la Web donde, además, aparecen los primeros carteles anunciadores de Polil, Norit, Orión, Heno de Pravia, las aceitunas La Española y algunos más. Como una orilla entre el pasado y el futuro.