Se aplica, como bien define el diccionario, a las percepciones sensoriales que se perciben sin que el individuo tenga conciencia de ellas. Nos la explican con ejemplos tan ilustrativos como esos anuncios de dulces o helados en la sobremesa, las tazas humeantes de café o los aperitivos en los intermedios de las conexiones deportivas. Más o menos, entendemos un mensaje que motiva a desear comer, en este caso, lo anunciado con el consiguiente desembolso, lo que se conoce desde que existe el dinero como un ardid de vendedor, una treta para convencer y ganar. El presente crítico en que nos encontramos se ve y se vive entre recortes sin saber o sabiendo dónde caen los restos de los mismos. Y en medio de este caos, en medio de esta paliza recibida sin mano física y ejecutora surge el juego como remedio, como recurso para reponer lo recirtado.
Cuando empezó esta mala racha, las colas formadas por perjudicados o sufridores se fueron alargando paulatinamente en los despachos de apuestas, colas que en poco tiempo invadieron las aceras y que en la actualidad son como una serpiente multicolor que discurre pegada a la pared. Es lo que vemos en los reportajes televisivos, partiendo de la base de que el hecho de probar suerte, de tentarla es el resultado de una decisión propia y adulta, sin embargo el presente habitual se está revistiendo con la capa gruesa de la desesperación y esto, al parecer, resulta aprovechable. La apertura de locales de empeño ha sido el reclamo para conseguir la liquidez precisa de forma rápida y de ellos se ha pasado al juego directamente, sin necesidad de desplazamiento, sin necesidad de salir de casa. Era cuestión de tiempo que estas direcciones de Internet se publicitaran en televisión. En un principio se pasaban rozando la media noche, pero ahora los sones de una conocida canción de Marisol invitan a “sentirse feliz” a cualquier hora del día y las ondas de la radio propagan la de un conocido periodista deportivo. Estas líneas no plantean una prohibición, ni mucho menos, pero recuerdan que hace años –eran otros tiempos- los medios audiovisuales se vieron obligados a eliminar los espacios publicitarios sobre tabaco y alcohol según los principios de la Ley General de la Salud porque fomentaban su consumo. Aquí, vimos las versiones americanas dobladas por la voz de José María del Río, anuncios en los que aparecía un paisaje árido, con cactus donde un vaquero encendía un cigarrillo. Cuando desapareció de la programación por los motivos aludidos, se publicitaron unos pantalones vaqueros con el mismo nombre, hábil recurso para continuar con la propaganda de los emboquillados. Con el alcohol, en cambio, ocurrió el efecto rebote, su consumo no ha disminuido sino que ha aumentado, pues su ingesta comienza a edades más tempranas cada vez. Conclusión: no se publicitan el “tanque clim lanzaventosas” ni la “ropa de sheriff” con canana y revolver con rueda de mixtos, pero en los intermedios de los programas se repiten los gritos del narrador presentando vehículos espaciales lanzadores de torpedos y videojuegos violentos; no se hace propaganda de bebidas alcohólicas sin embargo se bebe más y ahora se incita a jugar con el mensaje de propiciar un modo rápido de ganar dinero. Al título le falta una interrogación porque la desesperación tiene muy mala cara. La suerte puede acompañar en algún momento, pero no deja de ser caldo de cultivo para una posible ludopatía si no hay retirada a tiempo.