La mayoría de los tratados sobre Arte coinciden en señalar que el punto de partida de la pintura moderna es la fotografía, precisamente para distinguirse de ella. Este arte visual hizo que dejara de ser la ventana por la que se veía recreada una escena extraordinaria, reproducida con detalle para ser disfrutada por un espectador. Los Prerrafaelitas y los Impresionistas se vieron influidos por la sensibilidad estética que fomentó entre el público, provocando en ellos la necesidad de indagar, de descubrir nuevos medios expresivos, porque la fotografía mostraba una manera distinta de percibir la realidad. A partir de este momento, el artista pintor no pudo conformarse con copiarla sino que fue mucho más allá, llenándola de sensaciones con el color como arma. Los encuadres, las asimetrías y la forma de reproducir el movimiento detenido, que en la pintura tiene un concepto diferente, surgen gracias a la fotografía.
Es el fotógrafo quien pacientemente espera el momento de disparar para captar ese momento, el que quedará impreso en el papel, el que será visto por unos cuantos pares de ojos, el que contará una historia breve que no siempre será comprendida. A través de las exposiciones, el espectador ha podido percibir y descubrir la magia de un instante, desde los impresionantes blancos y negros a la viveza de los colores, concluyendo en la afirmación y la satisfacción que aportan el trabajo bien hecho. Hoy es distinto pero no por ello menos apasionante, riguroso y difícil, pues el fotógrafo, además, se reafirma como artista visual al transformar sus obras en lo más parecido a una pintura.
Esta es la impresión que el espectador advierte al estar ante las obras de Pedro Leal, autor de la exposición El Tiempo y La Piedra que actualmente acoge la galería GH40. Como bien expresa el artista, las texturas aparecen envejecidas, agrietadas. Son composiciones en las que se puede apreciar el diálogo que surge entre los elementos que las componen. Los planos que se superponen agilizan este proceso de captación por parte del espectador, quien entra a formar parte de esta atmósfera laberíntica en apariencia que se va aclarando a medida que se adentra en ella. “Atrapada en el tiempo” es un ejemplo de lo anterior. Una maniquí, desde su naturaleza de plástico, con la mano en alto parece querer detener todos los relojes que la rodean, la danza imparable de las horas que a ella debe resultarle indiferente. Dos cabezas cubiertas con un tejido sutil que no impide percibir las facciones es lo que emplea para definir al Silencio con precisión.
En Cinemanía ofrece su particular homenaje al séptimo arte con una composición donde la mirada serena conduce a la sensual, las que captan el cinematógrafo y la cámara del fotógrafo. Y con “Dior” alude al particular y fascinante mundo de la moda. La maniquí está sentada, de perfil, evitando la mirada del objetivo, rodeada de bolsos, con un figurín abajo y una partitura arriba. Los compases parecen recordarle su naturaleza estática y el fondo elaborado con la hoja de un periódico se puede interpretar como el soporte mediático de esta manifestación del arte. Una exposición compuesta por cuarenta y tres obras, cuarenta y tres historias ricas en matices que Pedro Leal transmite y cuenta con la maestría de la experiencia. Es un rato que el tiempo mismo detiene, que aísla y motiva la reflexión a partir del diálogo interior que se establece entre la obra que se mira y admira y el espectador. Enhorabuena a Pedro Leal por su trabajo y a la Galería GH40 por seguir apostando por la cultura.