Es el momento del reconocimiento. Por fin llegó y desde hace bastante tiempo se citan esos nombres que permanecieron en el anonimato. Cierto que los vimos y los vemos al final de una película, por ejemplo, cumpliendo el precepto legal que obliga a ello pero la vista, aunque rápida, no nos da para leerlos. Silvia Tarragona, durante tres años, noche tras noche nombraba a su equipo. Tal vez por seguir la enseñanza de algún maestro o por agradecimiento recalcaba formar parte de él. Pilar Tabares, Yolanda Flores, Paco Tomás, Teresa Viejo, así como profesionales de otras emisoras han recogido el testigo en las noches radiofónicas y no se olvidan ni de los becarios. Es un detalle que denota cercanía, que transmite sentimientos un tanto reveladores para el oyente, entendiendo éste que esa voz que nos informa, nos acaricia y nos acurruca también comunica humanidad. Sin embargo este rasgo no se ha quedado en la radio y en el cine. El concierto de Año Nuevo de la pasada Navidad dedicó el intermedio a todos aquellos que trabajaron para que una vez más pudiéramos disfrutar plenamente de la música.
Conocimos, por supuesto, a los profesores que componían la orquesta y a sus imágenes de ensayo les sucedieron las de los cámaras, carpinteros, electricistas, tramoyistas, bedeles, acomodadores, limpiadoras, pintores, maquilladores, modistas, asistentes, bailarines y sustitutos, coreógrafo, decoradores, floristas, en suma, todos los que intervinieron para que el concierto pudiera ser maravilloso un año más. Profesionales que año tras año han estado aportando su buen hacer sin nombre conocido para que el público, fiel a la cita, haya disfrutado y siga disfrutando. Ellos son los que no se ven, los que trabajan sin ser vistos para que otros vean, como el camarero que nos pone un refresco mientras charlamos en una cafetería, como la camarera que nos hace la habitación del hotel donde nos hospedamos, como los montadores de una atracción en un parque temático, como todos los que han trabajado este año empujando, impulsando la feria del libro, la que parecía - si no lo estaba- condenada al olvido.
Este año la Delegación de Cultura ha confiado en la savia joven y nueva de Gema Tacón y Paco Ramos para insuflar un poco de aire a nuestra feria mortecina y casi triste. Este año ha despertado del letargo en que se encontraba y en ella ha estado la generación del catorce, hemos conocido y departido con los autores más jóvenes de La Isla que previamente pasaron por La Buhardilla de la literatura, céntrica cafetería dirigida por Gema que dedicó el pasado mes de enero a estos jóvenes autores isleños que no han dudado en pasar y compartir un rato de su tiempo en la Alameda. El público ha acompañado lo que ha podido, con los niños enredando y correteando y con el levante zarandeando la carpa, como si quisiera transformarla en un gallardete del color de la sal. Carpa por la que han volado la emoción, la inocencia y la ilusión de los libros primeros, las primeras preguntas, las primeras respuestas, las primeras sonrisas, las primeras palabras pensadas para una dedicatoria.
Hoy termina la feria del libro y de ella nos quedará el recuerdo de un paso hacia delante y el agradecimiento a los que la han hecho posible, aquellos que no se han visto o han pasado junto a nosotros tan rápido como una polvorilla –preciosa palabra, por cierto. A todos, gracias por vuestro empeño. Aunque no os hayamos visto, sabemos que habéis estado, que estaréis siempre muy cerca.