La noticia de estos días, el momento histórico que tarde o temprano teníamos que vivir, aunque nos ha sorprendido, en el fondo, lo esperábamos. La lógica reacción popular apoyada en la fuerza de la palabra ha suscitado el debate en todos los medios de comunicación, tanto escritos como audiovisuales. Las tertulias comenzaron poco antes del medio día del lunes día 2 de junio, sucediéndose a lo largo de la jornada. Lógico, ante un acontecimiento de tal trascendencia. Sin embargo los oyentes, los telespectadores comprobamos que la educación perece mientras la descortesía, el descaro y la tosquedad prevalecen.
En las cadenas, excepto en una, bajo la contraseña del gurigay se impuso el “cállate” sin el empleo del imperativo, sin un sinónimo digno, disfrazado con gritos, a tajos y mandobles con el bolígrafo. Se puede entender la euforia y la furia, la alegría y el desconcierto, la esperanza y la impotencia de los diferentes sectores de nuestra sociedad y la de los contertulios pero de ningún modo se puede tolerar la falta de respeto en general y hacia el espectador o el oyente en particular. Es conveniente, por tanto recordar que una tertulia es una reunión habitual de personas para conversar, es decir, charlar unos con otros, exponer puntos de vista, discutir sobre un tema. Y aquí surge la confusión porque una discusión no es una gresca.
Es curioso cómo se desvirtúa un concepto por obra y gracia de los índices de audiencia, por el morbo, por la espera de ese momento, el crucial, el del grito más alto o el insulto más bajo. En este punto la memoria rescata un comentario escrito en Facebook, la red social más utilizada, la que cuenta con más seguidores. En este “libro de caras” apareció un texto referente a una tertulia taurina donde los diferentes puntos de vista se expusieron con claridad y educación. El casillero terminaba expresando el asombro del oyente sobre todo por la delicadeza. Curiosamente estas hablillas recogieron algo similar hace varios años, concretamente a una oída en el programa “Clarín” donde entrevistaron a Cristina Sánchez, mujer que toreó imprimiendo elegancia femenina.
Hoy, retirada en Portugal, dedicada a su ganadería recuerda aquellos tiempos, gloriosos ellos y muy duros. Quizás no recuerde la citada entrevista en la que un periodista con exquisitez en la dicción y en el trato señaló no gustarle ver a una mujer toreando. Ella le respondió que aceptaba su opinión y agradecía su comentario aduciendo razones que desviarían el núcleo de la hablilla. Surgió el debate y nadie alzó la voz a pesar de haber tantas opiniones como contertulios. No fue necesaria la intervención del moderador para, por ejemplo, intercalar un pasodoble para calmar los ánimos. La educación se impuso desde el primer momento en un tema controvertido, difícil y, por qué no, apasionante.
Un debate ofrece y al mismo tiempo crea opinión, por lo tanto hay que escuchar. Si todos hablan a la vez, si la conversación se encrespa y los argumentos se pisotean el espectador, el oyente, termina por apagar el receptor y encender el ordenador o esperar al día siguiente para comprar el periódico. Es lo que ocurrió el martes 3, día en que las ventas casi se duplicaron. Las páginas Web incrementaron sus visitas apenas conocerse la noticia. Seguro que echaron humo, que los casilleros se llenaron con reflexiones de todo tipo, con firmantes razonables, chocantes y chinchones. Las tertulias siguen con el tema aunque el viernes 13 quedará relegado durante unas horas. Seguro.