A veces, incluso llegan a la parada. Y entonces se abre la puerta trasera a la espera de un conductor de relevo. ¡Qué revelación! ¡Qué inteligencia! En vez de hacer el relevo en una de las cabeceras, donde tiene la parada de regulación, se hace a la mitad del recorrido, y que la gente espere. Esa es otra: por más lento que sea, cuanto más lento sea, más larga es la parada de regulación. Pese a la falta de agilidad, siguen pidiendo que se deje el coche en casa, que el coche atasca y contamina, mientras el bus lleva gas natural comprimido -cuando no usan gas-oil, que de pronto ha resultado ser de lo más nocivo- que es “como” más natural y contamina menos. Porque “no tiene relación con el petróleo”, porque para eso “no hay que perforar la tierra”, no hay que “instalar tuberías interminables”. ¿Se lo creen? Igual que las promesas hechas durante la campaña. Así nos va. Y no me digan que todos son iguales, que no; que algunos son peor. Que algunos no quieren energías limpias mientras no la quieran sus patronos. Alguno “muy popular”, prefiere perforar Doñana y ponernos a todos en peligro, si lo ordenan sus patronos.
Impresionante invento monteseiril que ha impresionado una forma específica de hacernos perder tiempo, que jamás podrá disminuir el número de vehículos privados en las calles, si no es a fuerza de multa, a lo “gulag”, como en Madrid. Pero “la capi” es “la capi”: ha llegado a la saturación a fuerza de favor, de preferencia política porque “la capi” tenía que ser más grande, más extensa, más perforada, pero no para inyectar gas natural, “lo más natural” para los autobuses urbanos, sino para crear una red de metro extensa y espesa, como una tela de araña. Aquí todo eso está muy lejos. El paro programado impide crecer a Sevilla, de dónde sus habitantes huyen, espantados por los precios de la especulación criminal. El metro ya huyó, cuando por decisión de D. Manuel del Valle su dinero marchó a Valencia. Que, por cierto, no hubo conflicto con nuevos proyectos.
Al Ayuntamiento -menos mal que sólo quedan tres meses para ir de Herodes a Pilatos y así se da la alternancia- tras cuatro años de inacción, se le ocurre retomar la ampliación del tranvía más lento del mundo hasta Santa Justa. Justamente: a mayor recorrido, mayor ocasión de sufrir su lentitud y volver al coche la próxima vez. Por eso la única forma de obligar a prescindir de él, es quitar carriles. Pero eso no se llama solución, se llama asfixia, efecto también de la polución. Si el Ayuntamiento prestaba un servicio a sus superiores, a quienes evitaba el gasto de las líneas de metro pendientes, a costa del erario municipal y la deficiencia del servicio de transporte público y de la movilidad general, ya no hace falta, los jefes se han mudado. ¡Qué rabia! Ahora que faltan tres meses y no podrán mostrar sus simpatías y viceversa.
Sólo un transporte ágil puede convencer al automovilista. Cambiar metro por tranvía ha perdido sentido al cambiar el “Señor” al que se sirve. Si el Señor fuera el pueblo, nunca lo hubiera tenido. Ni la ambición de constructores, ni estrechar carriles, ni mayor gasto pueden justificar el gasto original de un “invento” que no es lo que necesita el viajero en camino a Santa Justa.