Ese es el valor de los “restos” de una fábrica de vehículos que hubo en Andalucía. La casi totalidad de las instalaciones fabriles, más útiles y herramientas, material para equipar media docena de talleres mecánicos bien equipados, ha salido a la venta por algo más de 14.000 euros. La cadena de montaje debía estar obsoleta, o no: allí se han construido vehículos tan actuales, como vagones de metro y el tranvía más lento del mundo, que no es defecto de fabricación, por cierto, sino resultado de tener su recorrido en Sevilla, una ciudad de tráfico complejo por la disposición de su entramado urbano, donde el tranvía complica más en lugar de contribuir.
Porque -vayamos por partes-. La preocupación de políticos y algunos llamados “ecologistas” (de salón), es una cruzada contra los coches. Y aparte que las cruzadas fracasaron, están antiguas, infravalor en una sociedad, la actual, donde todo se divide en “antiguo” y “moderno”, como sinónimos invariables de “malo” y “bueno”. Ir contra los coches es ir contra una de las pocas industrias de alcance, vivas en este santo Reino. Pero lo peor es querer acabar con ellos, sin dar alternativas de transporte eficaz. Durante la espera de un bus, y durante su interminable recorrido, el mayor deseo del sufrido o sufrida viajero/a es un coche que le libere de la dependencia de un camión con asientos. El Ayuntamiento y los ecologistas de pacotilla, en su cruzada, promocionan más bien la venta de automóviles. Y, entre sus contradicciones, el capitalismo cierra empresas pese a basar la economía en su existencia.
Eso también es parte del discurso político y pseudo ecologista, para evitar coincidencia entre decir y hacer. Declaraciones y disposiciones contra los coches, es decir, contra propietarios y conductores, convertidos en pretexto recaudatorio, al tiempo que protección al vehículo privado, dado que al vehículo privado sólo puede sustituirlo un servicio eficaz de transporte público. Y, si el servicio eficaz cuesta dinero y los atascos y falta de estacionamiento otorgan ingresos… la alternativa está clara. Así que, de vez en cuando, el cierre de una empresa podría parecer resultado de la guerra al vehículo privado, cuando no es sino el engorde de las restantes. Las poderosas participadas por el entramado de los grandes imperios económicos, “casualmente” coincidente con la “gestión” de gobiernos y ayuntamientos de izquierda, derecha, centro, adelante, atrás; un, dos tres.
Para redondear, una empresa cerrada es mejor devaluada. Si no, podría traer recuerdos y el capital no está para sentimentalismos, porque la devaluación ya afectó, antes que a la rebaja de sus instalaciones, a las personas: a quienes perdieron el empleo y a sus familias. A la ciudad dónde estaba enclavada -en este caso, Linares-, y a la Comunidad Autónoma peor tratada de las diecisiete que forman este patriótico reino de España, basado en la desigualdad institucionalizada. La devaluación de Santana Motor ha devaluado Andalucía. Y la de Astilleros, Controlban, Hispano Aviación, Hytasa, Intelhorce, SACA… Patriotismo sería tender a la igualdad. Mantener diferencias está vacío, es amorfo, falso.