Siempre es bueno pensar. Ahora que tenemos tiempo, más. Ser diferente no es motivo de orgullo ni deja de serlo. Ser original, sí. Sevilla ha desarrollado una personalidad original, una personalidad que define y atrae. Las ciudades se hacen a sí mismas durante siglos, excepto las “fabricadas a medida”, al gusto, a la medida de un poder megalómano, arrogante y arbitrario en su misma megalomanía. Ciudades artificiales que por más edificios arquitectónicamente bellos que puedan contener, sirven denotan su plena ausencia de personalidad, por la negación absoluta de originalidad. No es el caso de Sevilla, ni el de ninguna ciudad andaluza, ciudades construidas durante siglos, sin mediar el encargo específico de unos gobiernos sucesivamente empeñados en convertir “la capi” en el centro de atención, que para eso eligieron emplazarla en el geométrico.
De lo que es original es lógico sentirse orgulloso. Allá las demás, sirva el aviso para prologar una verdad de primaria: es normal el orgullo de los andaluces con sus ciudades. En algunos casos, más: bellezas como Baza, Carmona, Córdoba, Écija, Granada, Guadix, Ronda, ¡y Sevilla!, de acuerdo con Machado, D. Manuel, tienen motivos sobrados. Y muchas más. Y, como la destacó el poeta, Sevilla destaca y el sevillano siempre ha sido de los mejores amantes. Ombliguistas, se nos llamó por mor de ese orgullo. Es lógico ser ombliguista si hay motivos para mirarse el ombligo. Quizá estar todo el día mirando al centro del propio cuerpo es lo que ha hecho perder la atención requerida para no perder sus valores. Por ejemplo, evitar la deformación. Ese cuidado, esa defensa de sus valores que el sevillano, en general, siempre estaba dispuesto a defender, ha decaído en los últimos años. Serán las críticas, será el cansancio, será la culpa de no haberlas rebatido, de no haberse defendido, lo que ha llevado a la apatía.
Cuando empezaba la guerra contra Sevilla, porque a su alcalde se le ocurrió ir a París a pedir para su ciudad una Exposición Universal, mientras otro alcalde no había tenido una sola iniciativa para la suya, en aquellos primeros meses de un enfrentamiento visceral, por fortuna desfasado, en un periódico “maestro” en atacar a Sevilla, para vengarse (?) de que la Caja de ahorros de su ciudad no le prestara ayuda crediticia o publicitaria, un artículo pedía moderación, cordura y Justicia, “En Sevilla no se meten con (esta ciudad). Si acaso piensan en ella para programar sus vacaciones; dejemos la crítica y aprendamos de los sevillanos a defender su ciudad”, decía el articulista con un claro sentido de la sensatez. Hoy Sevilla, maestra en tantas cosas, no puede enseñar a nadie a defender su ciudad porque ha perdido la práctica.
Fallada la oposición a un monstruo ultramoderno rechazado en la moderna Berlín y un lápiz de labios con aspiración a monumento fálico, se calla ante el gasto inútil de un tranvía monumento auto erigido a la insensatez o se disculpa al Ayuntamiento cuando deja escapar empleo para contentar a cuatro racistas capaces de ver una bomba oculta en cada chilaba. Y no es lo único ni lo peor. Puede ser hartazgo, cansancio, pero si no se reacciona terminaremos perdiéndola.