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Hablillas

La verdad sobre perros y cerdos

Despiertan tal euforia que en algunos hogares se les tratan mejor y miman más que a un mayor.

Apenas unos días faltan para la llegada de febrero, más loco que el levante, en el que los animales buscan la sombra. El refrán se refiere al perro callejero, aquellos que sufrían las gamberradas de los zangones, a quienes no parecían importarle acabar llenos de pulgas. Minados de chinchorros, se acomodaban a vivir en los barrios donde se les alimentaba con cariño, echándoles las sobras en el rincón que formaban el zócalo de la fachada con el cierro. No era raro verlos remolonear ante las tiendas de ultramarinos o hurgando en los cubos de basura que entonces pasaban la noche en el escalón de la puerta sin temor a ser derribados o robados. A veces se les adelantaba un gato y la trifulca provocaba respingos que hacían crujir los somieres.

Los años, el progreso y la aplicación de la ley han acabado prácticamente con ellos. Aunque hubo un tiempo de tranquilidad hoy su número se ha triplicado y atados a un collar se les ve a pares con sus dueños. No hay animal más fiel, aunque sobre esto discrepan los gateros y las salidas diarias y necesarias han fomentado el diálogo y la amistad entre los humanos mientras el animal apuraba su momento. Sin embargo, al parecer, existe el riesgo de desbordamiento, de exceso de celo, una especie de manía por tener no ya un par de canes, unos cuantos hamsters o un camaleón, sino otros animales que siendo domésticos viven enclaustrados por expreso deseo de sus dueños.

Desde hace poco tiempo son los cerdos los que han destronado a los perros. Se les ve caminando renqueantes junto a sus dueños, que ralentizan sus pasos e incluso se paran a azuzarlos porque les cuesta andar por la acera. Hay foros en Internet dedicados a aconsejar sobre sus fobias. Una de ellas son las escaleras, por lo que no pueden salir y, en consecuencia, engordan. La solución que se aporta a este problema es que la vacunación esté en regla.

También sugiere la adopción de un cerdito vietnamita. Hoy es el animalito más popular, porque mide entre 6 y poco más de 30 centímetros. Por lo visto estaban destinados a la elaboración de beicon, pero la moda les ha salvado de acabar en un bocadillo. Ha desterrado al chihuahua, el hasta ahora rey de los bolsos, y los cuidados se reducen a un decálogo, subrayando la inteligencia de sus progenitoras, su docilidad y especial tendencia a estar todo el día comiendo porque además son omnívoros. Se dice que tanta muestra de cariño hacia un animal puede encubrir una falta de afecto, si bien el argumento es más proclive a un afán por llamar la atención, por sobresalir, por diferenciarse, por ser único y convertirse en modelo a imitar, es decir, lo que hoy se conoce como “marcar tendencia” con un animal al que se le impone la acción y el efecto de acompañar.

La cuestión es si a medida que crecen echan de menos su hábitat y por eso algunos llegan a padecer depresiones. Habrá quien piense que se trata de una pamplina, pero han sido criados al aire libre y reaccionan por  irracionales que sean. Es por lo que se aconseja madurar bien la decisión antes de regalarlos, adoptarlos o comprarlos, aunque estas recomendaciones estén enfocadas a evitar su abandono.

Despiertan tal euforia que en algunos hogares se les tratan mejor y miman más que a un mayor –leído en prensa-, quien, quizás, disimula con caricias el largo suspiro donde ahoga las palabras. Sufridores circunstanciales de las consecuencias de un capricho. Desgraciadamente real. Salvajemente cruel.

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