Este mes de junio se va con los empujones el levante. Ha tardado en venir pero su llegada ha sido con su particular fanfarria de silbidos y oleadas, como respuesta a tantas plegarias suplicantes por el buen tiempo. Pese a las quejas ha sido mejor recibido que nunca. Prueba de ello ha sido el seguimiento de la procesión de Corpus Christi, la vuelta de la Patrona a su templo o la feria del libro, castigada ésta por tanto comentario negativo y destructivo. Convenimos en que ha ido decayendo, que se han perdido los talleres de encuadernación, los teatros para niños pero aún quedan ganas.
El visitante, paseador u ojeador se ha sorprendido en primer lugar por los escasos puntos de venta pero también por la lectura en vivo de unos niños que, en fila, esperaban su turno como hace años se hacía durante la jornada del 23 de abril, jornada en la que colaboré muchos años, la última en la librería García Bozano con motivo de su aniversario. También ha habido alguna que otra tertulia, entrevistas a autores, firmas de ejemplares, esfuerzos, en suma, para que esta cita no se pierda. Me voy a repetir pero a modo de recuerdo, es con lo que nos tenemos que quedar, con este intento de conservar lo poco que nos queda. Y menos mal, que algo queda y es el amor, la pasión o la adicción a la lectura, a curiosear los libros aunque los tengamos, a pedir aquel de allí arriba aunque sepamos que está anticuado, a abrirlos y olerlos antes que la vista se deslice por las hojas y se enganche a una metáfora que vive entre los renglones.
Desde hace ocho o nueve años, puede que más, cuando la feria del libro echa el cierre, rescato la entrevista a un niño que pusieron en televisión. A veces pienso en él, cómo será o qué carrera elegirá porque las respuestas que dio al periodista dejaron perplejos a cuantos estábamos viéndolo. Este niño no tendría más de cinco años y movía más las manos que la lengua al contestar. Dijo que le gustaba mucho leer antes de dormir, poniendo las manos bajo la cara, porque así soñaba lo que había leído. Dijo no saber en qué sitio estaba porque no se daba cuenta y que no le importaba. Terminó con un deseo lleno de ilusión. A sus cinco años quería ser mayor para ser un lector de primera. El brillo de sus ojos traspasaba la pantalla, en cuyo fondo Ibáñez firmaba sus libros caricaturizando a Mortadelo. El punto negro a tan extraordinaria noticia lo puso Carlos Ruiz Zafón, que no permitió que la prensa se le acercara.
Esto ocurrió en Madrid pero este año San Fernando también ha participado de un gesto infantil tan extraordinario como el recordado, sólo que mucho más emocionante. Se llama Mar del Carmen y acaba de cumplir los tres años. Tiene cara de ángel, cabello de ángel y un desparpajo arrebatador que encandila a quien la oye, no ya recitar sino declamar “La canción del Pirata” de Espronceda. Cuando se la solicitan no hacen falta los ruegos. Con al entonación propia de su edad, verso a verso canta y cuenta la historia de “El Temido” sin pausas, sin prisas y si está en el parque infantil no duda en subirse al barco de juegos, esos que motivan la destreza en los niños, para, además, interpretar tan largo poema. Cuando lo termina, uno está tan sorprendido que el camino a casa se llena de sonrisas cargadas de una intensa emoción. Un regalo inolvidable.
Gracias, Mar del Carmen. Gracias, Ascen, gracias Mari, por este regalo.