Cuando la diversión de unos hace daño a otros, se debe considerar abuso, diversión insana, digna de ser erradicada. El problema es que este pueblo sólo entiende la convivencia cuando le afecta al bolsillo. No habría sido necesario, por ejemplo, prohibir fumar en lugares públicos si los fumadores hubieran sido capaces de respetar a los demás; pero, al contrario, fumaban más cuando se les pedía que fumaran un poco menos. Es un ejemplo. Sólo uno. Desde la obligatoriedad de usar el cinturón de seguridad bajo sanción, se hicieron acérrimos defensores quienes antes se negaban a utilizarlo. Es otro. Las prohibiciones son lamentablemente desconsoladoras, pero no tanto como la terquedad de quienes las fuerzan, incapaces de ajustarse a un comportamiento civilizado, respetuoso con los demás.
Los animales sienten temblores, taquicardia, miedo a morir. Alguno, con el corazón más débil, ya ha muerto. Pero hay quien se ha permitido afirmar: “Son días de eso”. ¿Días de “eso”? Quieren imponer una nueva tradición. ¿No eran días de amor, paz, fraternidad, buenas intenciones? Y de diversión. Pero hay muchas formas respetuosas de divertirse, todo lo contrario de provocar sobresalto o un respingo, cada vez que un o una amigo/a del ruido, decide adoptar forma tan poco social; cada vez que un petardo, o petarda endiña un zambombazo y hacen vibrar los cristales. Menos mal que por este año han terminado los días de “eso” y es el momento de ponerse a evitar que “eso” pueda seguir destruyendo la convivencia y el corazón de muchos seres.
Una sesión de fuegos artificiales tiene belleza, pero se hace en un tiempo concreto y limitado y en un lugar seguro. Los cohetes que acompañan a determinadas festividades feriales o religiosas, tienen un lugar o un recorrido específico, se hacen por expertos y, pese a todo, ha habido algún incidente de consecuencias muy graves. En este caso incluso, supuestos expertos aconsejaban en TV formas de manipularlos para evitar accidentes a los lanzadores de ruidos atormentadores. Es decir, seguridad para quien dispara petardos, en ningún momento para quien los tiene que sufrir durante días y noches, quien no puede dormir, como si “eso” y dejar las calles hechas un estercolero fuera un derecho. Plazas, jardines, calles anchas y estrechas, todo lugar es bueno para romper la noche, para crear una niebla que, en algunos momentos, hasta impide respirar.
¿Por qué está permitido vender y usar petardos? ¿A quién beneficia? El beneficio económico de fabricantes y comerciantes carentes de principios, no puede justificar el daño infligido a animales y personas, en especial niños y ancianos, justamente los que menos interesan a la Administración, porque no votan ó suelen votar lo que hay, y “encima” cobran pensión, “insostenible” para un Gobierno capaz sólo sostener la financiación de especuladores con el dinero “rebañado” en provocación de miseria. Las autoridades necesitan hallar en la prohibición algo más rentable políticamente que en el adocenamiento, pero si por fin se decidieran a poner coto al desmadre, cuando a los partidarios del derecho a molestar les duela el bolsillo, se harán firmes defensores de la prohibición.