Este no es un domingo cualquiera. Las manillas del reloj han recorrido el espacio circular, cerrado y doce veces moteado que las limita, acompasando exactamente los minutos de la hora atrasada, repitiéndola como si fuera nueva, un trozo del futuro, del invierno que empieza esta madrugada. Esta hora de más es la que se come la parte del otoño que enfría el aire y seca las hojas, que empuja al sol abrillantando el amanecer. Esta hora de más nos sumerge en una noche invernal muy cálida, que huele a castañas y a jazmines, una mezcla tan extraña como el sueño y el desvelo que envuelven las sábanas y acurrucan las mantas que sacudirá el levante cuando salgan del baúl.
Esta hora de más ha propiciado el ansia de la noche, el momento en que se ha creído y sentido la madre de fuera del mundo, porque ha abrigado los sueños y serenado las almas mientras los pensamientos volaron, esos que se fueron acomodando en la memoria del día de ayer. Habrá aparecido el rostro de Teresa Romero, el que imaginamos cuando le dijeron que se curaba, habrá sonreído y habrá llorado porque, además, ha pasado su onomástica en el hospital; habrá aparecido también el rostro de su marido, porque aunque la alegría le salga por los poros, no deja de pensar en el machacamiento que ha sufrido su mujer, lo que se le vendrá encima en cuanto se enfrente de nuevo a la vida con la valentía incuestionable de las luchadoras y la certidumbre que otorga la sensación de supervivencia. El Consejero de Sanidad, el que la insultó gravemente estará comiéndose los codos aparentando calma, la de aquellos que por sus ruindades han aprendido a disfrazar su propia inseguridad con la mal disimulada arrogancia y su miedo con una sonrisa mordiente.
También habrán revoloteado por esta madrugada estirada el día del cáncer de mama, la concienciación de todos y los adelantos que poco a poco van controlando la enfermedad; las sumas enormes no perdidas pero que no se hallarán; lo robado que no se devolverá porque un perdón de fariseo y un par de años entre rejas con buen comportamiento favorecerá la concesión del régimen abierto; el dolor y la rabia de los perjudicados, de las víctimas de este saqueo anunciado, perpetrado sin nocturnidad ni alevosía; la ilusión que se apaga porque el esfuerzo resulta inútil, porque no parece ser suficiente.
Esta hora de más ha sido el “ratito más” que se anhela y se tiene este día del año aunque cuando anochezca comprobemos, una vez más, que la jornada es la misma por más que se empeñen en lo contrario. Y es que por esta hora de más aparece la inevitable pregunta, si es necesario atrasar el reloj para alargar el día a fin de ahorrar energía cuando en realidad la luz eléctrica se enciende más temprano porque todo comienza una hora antes aunque nos adaptemos con facilidad.
Por esta hora de más, cuando los pensamientos cansados de volar se metieron en los sueños, la noche se imaginó sin contornos, se asomaron las estrellas para escuchar los doce últimos gritos que anunciaron el silencio dulce y tranquilo que como un sendero de salina conducía al alba gris brillante de la mañana. Inseguras, como gráciles diablillos adolescentes, escucharon las ocho campanadas que las recluyeron y las apagaron, porque esta hora de más, como el cisne, apuraba sus últimos minutos.